miércoles, 19 de agosto de 2015

La explosión del 14 de agosto de 1966.

Por Joel  García Cobos.

Era un plácido domingo, como a la  1.30 de la tarde, estábamos en la casa la familia,  yo tenía  6  años,  acabábamos de  comer, había una jarra  de   agua  de jobo  en la mesa y  unos vasos,  mi padre ya se andaba yendo  al trabajo, se  estaba  peinando  en el corredor, a las  2 se  iría porque  entraba  a las 3  al taller de Geofísica y Cementación  de  Pozos,  se iba  temprano,  nunca  llegaba  tarde a ningún  compromiso, menos al  trabajo que  tanto   le  gustaba.   
Joel al centro.


















              Mi  madre  estaba sentada en una silla del comedor, peinaba a  mii  hermanita  de unos  3  años de edad que  estaba sentadita en su silloncito  de  paja,  le pasaba el  cepillo en el  recién bañado pelo una y otra vez, levantaba la vista de vez en vez  para observarlo;  mis 2 hermanos mayores ya bañados  seguían  sentados  en  el  comedor  tomando  agua fresca de  jobo, mi abuelita estaba  sentada en  un mueble de la   sala, muy cerca de la puerta abierta donde se veía mi padre.
Mi otro  hermano salió del baño oliendo a jabón, yo estaba parado en el pasillo muy cerca del comedor, con mi toalla al hombro para entrar a bañarme,  en este momento fue cuando se oyó una fuerte explosión, ¡Pummm!   El sonido se   fue alargado, como queriendo abarcar la ciudad entera, que lo oyéramos de  todas partes; el suelo se sacudió y crujieron las ventanas que  parecieron caer súbitamente al piso.
La pesada lavadora de  ropa que  estaba en el  baño  crujió,  entre  el  temblor  alcancé a ver a mi robusta  abuela de 70 años pararse con una  ligereza fenomenal,  exclamó: __”¡Dios mío! y volvió a caer sentada sobre el ancho sillón de tela  escocesa  roja; mi padre se acercó y   se  detuvo con una mano del marco de la puerta;  mi madre levantó y abrazó  a mi hermana;  mis  dos hermanos se  quedaron sentados;  mi hermano  salió despavorido  de  la recámara y yo  todo  mareado me recargué  al  muro.  
Del exterior venían ladridos de perros, gritos, sollozos, sirenas, en cuestión  de segundos   la  calle  se  llenó de gente que corría y gritaba: __¡Explotó la refinería!  ¡Todos  vamos a morir! ¡Corran! ¡Sálvese el que pueda!   ¡El gas! Otros gritaban ¡El fuego! ¡Moriremos quemados! Unos iban descalzos, a   medio vestir  y   a medio desvestir,  cargando,   jalando,  niños y mascotas.
Mi madre preguntó toda espantada: __”¿Qué es esto Felipe? Él contestó  que no  lo sabía, pero que estábamos más seguros adentro de la casa que afuera, cerró el  cilindro de gas, nos dijo que nos tranquilizáramos y que no saliéramos a la calle ni le abriéramos la puerta a nadie,  que él tenía que presentarse a trabajar, y si la situación  se tornara  peligrosa  para  nosotros,  él    vendría en un vehículo.
Yéndose mi padre llegó una vecina, apurándonos para irnos todos juntos, ella y sus 3 hijas, mi madre le comentó   lo que  especificó mi padre, y le recalcó  que era muy peligroso andar en la calle, pero estaba  fuera  de sí y se fue.   
Ya después supimos lo que pasó.
                   







            Publicada en: Kaniwá #14 Suplemento cultural del periódico La Opinión, Poza Rica de Hgo; Ver. México, el  16 de  agosto de 2015.
  

No hay comentarios:

Publicar un comentario