miércoles, 12 de agosto de 2015

¡El golpe avisa!

Por Joel García Cobos. 
Ya con la barriguita llena y  el  corazón  contento, mi padre muy serio nos decía: __”Manos a la obra” caminaba de prisa e ingresábamos ahí cerca  al área de frutas y verduras, nos decía que  nos pusiéramos abusados,  porque  ya sabíamos cómo era ahí.
Joel García (al centro) el 10 de enero de 1965

con 2 de sus hermanos. 
     Y en  efecto,  antes de que cantara un gallo, se escuchaba una voz aguardentosa que decía cada vez más cerca:   __”¡Golpe, golpe! ¡El golpe avisa! ¡Ahí va el golpe! ¡Aguas con el golpe! ¡Va la sangre! y te tenías que hacer a un lado lo más pronto posible, pues aparecía un hombre corriendo cargando en la espalda un enorme pedazo de res.        
Después del incidente, volvía la normalidad, veía a mi padre caminando al frente, abriendo brecha,  o despacio cuando los pasillos  se  saturaban, generalmente en las orillas de  ellos,  se sentaban en el piso las inditas con sus tinas llenas de productos del campo,  vestían sus trajes típicos de totonacas, algunas sujetaban a sus criaturitas con sus rebosos en el regazo o en la espalda, los más grandecitos  paraditos junto a sus madres,  con   sus ojitos cargados de la tristeza de siglos, sostenían en sus pequeñas manos alguna  fruta; cuando mis padres se podían detener  les compraban. Me daba mucho abatimiento verlos, sus ojitos lastimeros me perseguían por la noche, me preguntaba a qué hora irían a la escuela.
Mis progenitores  por  lo regular compraban  en los mismos lugares, se hacían amigos de los vendedores, se decían marchantes o compadres, criaturitas con sus rebosos en el regazo o en la espalda, los más grandecitos   notaban que nos llevaban por parejas,   cuando iba mi hermanita  la comadre le decía contenta a mi madre: __“Ahora trajiste  a tu niña”; cuando no íbamos, por alguna enfermedad, con su mejor intensión le daban  remedios caseros para que sanáramos pronto.
Recuerdo que llegábamos al puesto de don Tomás y doña Panchita, estaban adentro, eran una pareja de inditos, a ellos les compraban casi toda la fruta y verdura, él siempre sentado y en silencio, echándose aire con un pedazo de cartón, ella parada, tratando de sonreír, con una franela en la mano acomodando los productos, en un mal español contestaba a todos los clientes que  le  preguntaban los  precios del día.
Mi madre nos enseñó a comer lo más saludable posible, en esa época sus conocimientos eran mucha fruta, verdura y carne  así que no perdía  tiempo y con habilidad se daba a la tarea de seleccionar, tardaba, pues escogía mangos, peras, plátanos y manzanas;  así como el tomate, la cebolla, las papas y los pepinos; doña Panchita le ayudaba a entre sacar lo mejor.
Así que de tanto ver, aprendí cómo es la  apariencia  ideal para que estuvieran en buen estado,  por ejemplo: la calabacita, la lechuga, la acelga, la  espinaca y los  pepinos deben ser muy verdes y no deben estar amarillos; en cambio la papaya debe ser  anaranjada;  los rábanos no deben estar bofos; ni secas  las jícamas ni las  papas.
Mi madre me ayudaba a acomodar en mi bolsa, y a doña Panchita nunca se le olvidaba  el pilón.  Esas mismas bolsas las llevábamos cada semana, y cada quien la lavaba, con cada compra pesaban más; era entonces justo y necesario un descanso, nos dirigíamos al área de ropa, en Casa Meche, un verdadero  oasis entre el calorón y el trajín,  mi hermano Joaquín y yo,  llegábamos corriendo  a ver quién ganaba el sillón  y el ventilador.

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