lunes, 21 de noviembre de 2016

La Petromex, lo que el tiempo se llevó.


(Primera parte).

Por Joel García Cobos.

El 20 de Noviembre de 1951, es la fecha oficial de la celebración de  Poza Rica como  Municipio Libre. En esta aventura política se unieron habitantes de las congregaciones: Poza de Cuero o Km. 52, Poza Rica o Km. 56 y Petromex,  que ahora son colonias. Recordemos que hasta esa fecha estas 3 comunidades pertenecían al municipio de Coatzintla,  con la perforación y gran producción del pozo Poza Rica 2 se cambió aquí el campo petrolero, con lo cual el Km 56 tomó gran importancia al grado de convertirse en el municipio 198 de nuestro estado.

Tengo el honor de presentar el testimonio de las señoras Lucía y Efigenia  Sánchez Méndez, de cómo era la Petrolex a partir de 1938 y qué recuerdan de ella.


__”De Tampico a Tuxpan llegamos en una balsa, por toda la orilla del mar, nos cuenta Ventura nuestra hermana que era mayor, lo bueno es que no hubo mal tiempo,  luego de Cobos  a Poza Rica en la Maquinita, primero se vino mi papá en 1938, Pedro Sánchez Mar que nació en Tampico en 1900, luego mi mamá Aniceta Méndez Pérez, también de Tampico, de 1905.” Inició el relato doña Lucía Sánchez Méndez, asegurando que ella tenía tan  solo 2 años al llegar.

__”Me contó mi mamá que vinimos porque allá se oía decir que en Poza Rica había mucho trabajo, mi papá dijo ‘nos vamos´, las vecinas los trataron de desanimar:  __’No, se vayan para allá señora, hay mucho mosco y se van a morir  de paludismo.’ Mi mamá les contestaba que si él dice que sí,  pues nos iremos. Ya venían mis hermanas: Esperanza, Ventura, Anastasia, Paula, Petra y Lucía, que nació en 1936 en un hospital español.  Aquí nacimos: Yo,  Efigenia, que con el tiempo les presumía  en broma que fui la primera petrolera de la familia, luego Ignacia, Concepción, Isidra, Pedro y Carmen.” Continuó doña Efigenia Sánchez Méndez, muy contenta de relatar sus  recuerdos.

Narraron que La  Maquinita cargaba de todo, llegaba al Km. 31,  se  venía todo derecho hasta el Km 52, luego seguía la vía por  todo  lo que hoy es el bulevar Ruiz Cortines hasta el  centro,   pasaba por la puerta 1 de Pemex, de ahí se iba hasta lo que  ahora es la  colonia Petromex,  en la  calle Pescantes, donde está la iglesia, hacía una curva a las instalaciones industriales (calderas), y descargaba materiales. Este fue el recorrido en 1938 hasta su nuevo hogar, comentó doña Lucía con un brillo de orgullo en sus ojos.

La Maquinita, obra plástica del artista
Ehivar.
__”La Petromex era muy diferente a como es hoy, muy tranquila, habían pocas casas y todos nos conocíamos, los terrenos eran grandes, por dondequiera que se caminaba veías gente conocida de Tampico, comprendía de donde está la iglesia, atrás estaba la tiendita Casa Blanca, en una callecita que iba rumbo a Papantla; puro monte, el Campo, y para acá hasta donde ahora está la Escuela Primaria Art 123 Benito Juárez.” Señaló doña Efigenia.

                __”Cuando llegamos estaba la Escuela de madera, antes de llegar a donde ahora están las canchas y la Biblioteca Rendón, de la vía de la maquinita entrabas por una callecita ahí estaba la escuela. El parquecito no estaba, es más reciente. Había un cine, yendo del centro de Poza Rica a la Petromex  a mano derecha, a bordo de la vía. Había varios negocios como carnicería, tiendas.  Vivimos en 2 o 3 lugares diferentes,  a donde llegamos primero había un cerro enfrente, ahí fue mi papá a cortar tarro para hacer  la casita, era un solo cuarto con techo de palma, una galera, mesa, anafre, no teníamos muebles dormíamos en el suelo, ahora le cuento a mis hijas y se ríen.” Comentó doña Lucía.

En su intervención, Doña Efigenia puntualiza que poco a poco fueron mejorando las viviendas,  después de años de madera con techo  de  cartón, hasta llegar a las construidas de material; los  empleados extranjeros vivían adentro del Campo en casitas bonitas, estilo california con sus porchecitos, había una caseta de vigilancia,  para pasar se necesitaba identificación,  ahí a la entrada de Pescantes había un consultorio médico con su enfermería donde los atendían,  se ve en fotos antiguas, eran 2 cuartitos. Después de la iglesia, caminabas hasta el portón donde había un vigilante,  y  seguían  las casas de los extranjeros. (Continuará).



Texto Publicado en: Kaniwá #81 Suplemento cultural del periódico La Opinión, Poza Rica de Hgo; Veracruz. México, del 20 de noviembre de 2016.
                                                                                                                              



                                                    







domingo, 13 de noviembre de 2016

¡Ay viejo! ¡No entrarás al cielo!



Por Elisa Cobos Enríquez.

Murió Chencho. Su viuda lo llora, familiares y vecinos se han reunido para velarlo.

La viuda puso una jícara sobre Chencho, pues era costumbre  del pueblo,  que las personas que fueran al velorio depositaran dinero, y así, cuando el difunto llegue al cielo, se lo entregaría a San Pedro y lo dejaría  entrar, de lo contrario, si no lleva suficiente, lo echará con los demonios.

Pero pasaba el tiempo y en la jícara estaban tan solo  unas moneditas, llegó la hija de ambos y la señora llorando le hizo saber lo que pasaba, conmovida la joven, le  quitó la pulsera y los aretes a su niña y los depositó en el recipiente, la señora sorprendida le expuso que eso no era dinero, a lo que la joven añadió que sí, y que era de mucho valor,  pues era oro.

Minutos después llegó Chinto, el hermano del finado, también a él le expresó la preocupación que tenía, él enseguida sacó de la bolsa de su pantalón un fajo de dólares,  tenía poco de  haber llegado de  Estados  Unidos tras años  de labor, y lo depositó junto al ya existente, la viuda mirando los papeles verdes y diferentes a los otros extrañada  le preguntó si San Pedro sabría que lo que era eso, él, orgulloso, le contestó que claro que lo conocía, era  dinero y del bueno.   

Así, poco a poco fue llegando más gente del pueblo y todos le echaban a la jicarita, de  dos,  de tres  billetitos.   Entre los que también velaban estaban un par de forasteros, no se perdían  ni un detalle de lo que pasaba, ya habían disfrutado de un rico cafecito con pan, luego  saborearon un rico mole de guajolote con arroz y bastante tortillas calientitas de maíz, hechas a mano, y para no despreciar, dieron cuenta de los tamalitos de chipilín con atole, siendo siempre los primeros en sentarse a la mesa.

Terminados los rezos y antes de cerrar la caja, la viuda pulsó la jícara, con satisfacción tomó los billetes y se guardó las  monedas,  los fue colocando alrededor del cuerpo de Chencho mientras le decía en voz baja pero firme: __”Viejo, llevas suficiente dinerito para que San Pedro te deje entrar”, taparon el féretro y lo llevaron en hombros hasta el cercano cementerio.

Los vagabundos también iban silenciosos mezclados en el cortejo, lo sepultaron a  la usanza del pueblo, una sonora marimba dejó escuchar a todo lo que da las notas confortantes del vals Dios Nunca Muere, la viuda agradeció las  atenciones e invitó al novenario, fue hasta entonces que todos se fueron a sus casas a dormir.

 Al otro día, muy tempranito el sepulturero fue a avisarle a la viuda que la tumba estaba abierta, los vecinos se ofrecieron a acompañarla, en efecto, al llegar al camposanto la tumba estaba abierta: ¡Habían robado a Chencho! La viuda sollozando exclamó: ¡Ay viejo! ¡No entrarás al cielo!


Y del dueto, ya no se supo nada.  


Texto Publicado en: Kaniwá #78 Suplemento cultural del periódico La Opinión, Poza Rica de Hgo; Veracruz. México, del 30 de octubre de 2016.