domingo, 13 de noviembre de 2016

¡Ay viejo! ¡No entrarás al cielo!



Por Elisa Cobos Enríquez.

Murió Chencho. Su viuda lo llora, familiares y vecinos se han reunido para velarlo.

La viuda puso una jícara sobre Chencho, pues era costumbre  del pueblo,  que las personas que fueran al velorio depositaran dinero, y así, cuando el difunto llegue al cielo, se lo entregaría a San Pedro y lo dejaría  entrar, de lo contrario, si no lleva suficiente, lo echará con los demonios.

Pero pasaba el tiempo y en la jícara estaban tan solo  unas moneditas, llegó la hija de ambos y la señora llorando le hizo saber lo que pasaba, conmovida la joven, le  quitó la pulsera y los aretes a su niña y los depositó en el recipiente, la señora sorprendida le expuso que eso no era dinero, a lo que la joven añadió que sí, y que era de mucho valor,  pues era oro.

Minutos después llegó Chinto, el hermano del finado, también a él le expresó la preocupación que tenía, él enseguida sacó de la bolsa de su pantalón un fajo de dólares,  tenía poco de  haber llegado de  Estados  Unidos tras años  de labor, y lo depositó junto al ya existente, la viuda mirando los papeles verdes y diferentes a los otros extrañada  le preguntó si San Pedro sabría que lo que era eso, él, orgulloso, le contestó que claro que lo conocía, era  dinero y del bueno.   

Así, poco a poco fue llegando más gente del pueblo y todos le echaban a la jicarita, de  dos,  de tres  billetitos.   Entre los que también velaban estaban un par de forasteros, no se perdían  ni un detalle de lo que pasaba, ya habían disfrutado de un rico cafecito con pan, luego  saborearon un rico mole de guajolote con arroz y bastante tortillas calientitas de maíz, hechas a mano, y para no despreciar, dieron cuenta de los tamalitos de chipilín con atole, siendo siempre los primeros en sentarse a la mesa.

Terminados los rezos y antes de cerrar la caja, la viuda pulsó la jícara, con satisfacción tomó los billetes y se guardó las  monedas,  los fue colocando alrededor del cuerpo de Chencho mientras le decía en voz baja pero firme: __”Viejo, llevas suficiente dinerito para que San Pedro te deje entrar”, taparon el féretro y lo llevaron en hombros hasta el cercano cementerio.

Los vagabundos también iban silenciosos mezclados en el cortejo, lo sepultaron a  la usanza del pueblo, una sonora marimba dejó escuchar a todo lo que da las notas confortantes del vals Dios Nunca Muere, la viuda agradeció las  atenciones e invitó al novenario, fue hasta entonces que todos se fueron a sus casas a dormir.

 Al otro día, muy tempranito el sepulturero fue a avisarle a la viuda que la tumba estaba abierta, los vecinos se ofrecieron a acompañarla, en efecto, al llegar al camposanto la tumba estaba abierta: ¡Habían robado a Chencho! La viuda sollozando exclamó: ¡Ay viejo! ¡No entrarás al cielo!


Y del dueto, ya no se supo nada.  


Texto Publicado en: Kaniwá #78 Suplemento cultural del periódico La Opinión, Poza Rica de Hgo; Veracruz. México, del 30 de octubre de 2016.









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