martes, 11 de agosto de 2015

El Rey de la barbacoa.



Por  Joel García  Cobos..



De niños uno de nuestros mayores placeres es comer, y solo es comparable  con el de jugar, el jugar y el comer están presentes durante toda nuestra niñez, recuerdo que cuando acompañaba a mis padres al mercado  pasábamos a almorzar antes de la  faena que  para mí era como un juego.
Detrás de los árboles de primer plano inicia el mercado. foto

reciente.
Nos  bajábamos del autobús en  la esquina que daba a lo que hoy es el hotel Juárez,  cruzábamos el paseo de la Burrita, este sin pasto porque la avalancha de gente siempre a las carreras no lo respetaba y pisaba, mis padres, un hermano __a veces mi hermana __ y yo, llegábamos al mercado y caminábamos  sobre la avenida Heroico Colegio Militar, llena de gente, cargadores y  camiones que  descargaban frutas, verduras y  abarrotes, entrábamos por esa puerta lateral y llegábamos al área de fondas con movimiento todo el día.
Para mí, era un gusto almorzar en esa legendaria y sencilla  fonda  donde    se saboreaba la mejor barbacoa de la región, en caldo y en taquitos,  era alargado y abierto, en  una  pared tenía dibujado  un hermoso borreguito, blanco  y gordo, en la otra celosía con  veintenas  de cajas  de refresco, estaba   atendido por su dueño, don Anatolio, Juanita su esposa   y un   adulto, que se  sabía, desde niño  llegó   buscando trabajo y que los señores criaron  como un más de  sus  hijos, lo llamaban Maleno. (1).  

 De piel  morena, cabello lacio y confección robusta, siempre estaba parado frente a la orquesta, sonriente, entre la olorosa olla y el mostrador atestado de comensales, vestía sobre su humilde ropa,  un mandil muy blanco, y habiendo crecido  en  ese  puesto, en sus manos tenía la destreza propia de su oficio: en cuestión de segundos despachaba docenas de taquitos;  mientras que  la señora  los consomees. 
 Magdaleno era como un gran director de orquesta, sus movimientos eran con sentido y precisión, sacaba de la tremenda olla la humeante y suave carne, la colocaba sobre la redonda tabla de madera, la picaba con destreza y estilo,  se escuchaba constantemente aquel alegre “tac, tac, tac, tac” que  presagiaba una nueva ronda de tan anhelado manjar; luego estiraba el brazo y  asía un platito con su papel renovado;  y para concluir, a las tortillas calientitas de acuerdo a los tacos __dos por cada uno de ellos__ les iba echando la deliciosa y suficiente barbacoa.
Cada consumidor, le echaba a su entero gusto: el limón,  la sal, el cilantro y la cebolla, sin olvidar  la riquísima y picosita salsa.  ¡Qué delicia! No había tacos  como aquellos en todo Poza Rica. No recuerdo cuántos de ellos nos alcanzábamos   a comer mi  hermano y yo.
Mi madre nos preguntaba si queríamos más, mi padre escuchaba la respuesta, si nos oía  titubear, hacía una seña y nos pedía otros cuatro, añadiendo: __Están creciendo, que no se queden con hambre”, pedir y agarrar era una sola cosa y tal el portento de aquel hombre trabajador nacido en el  estado de Hidalgo.
A través de los años supe, que el dueño del negocio  enfermó y murió, el fiel  Maleno lo sintió tanto que dejó de comer, al poco tiempo  también bajó al descanso, para mí él fue el verdadero Rey de la barbacoa.
(1)  Magdaleno Olivo Ortega, nace en José María Pino Suárez, estado de Hidalgo;   su hijo Gerardo Olivo Chavarría proporciona el dato.
















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