domingo, 1 de enero de 2017

El mejor regalo: Jesucristo.

Por Elisa Cobos Enríquez.

Navidad, época alegre, de recuerdos y regalos, les puedo participar que pasé muchas navidades muy bonitas con mis padres y hermano, nos queríamos mucho. Un lugar muy especial en mi corazón, tienen las que pasé en casa de mi tío Ángel, en el ingenio San Cristóbal, ahora el pueblo se llama Carlos A. Carrillo.

Durante el 24 de diciembre, mi mamá, mi tía Luisa y sus vecinas preparaban la cena, la casa se llenaba de olores  deliciosos,  mientras mi hermano Ángel y yo jugábamos, de vez en vez íbamos a ver cómo iban los preparativos, colocaban en el patio mesas muy larga, con manteles bonitos y flores, llegaban los vecinos, amigos y compañeros de trabajo de mi tío.

Mi tío Ángel era todo un personaje en la comunidad, salió de Alvarado alrededor de 1932 ya casado, desde los 15 años tocaba el oboe en la orquesta, perteneció  al sindicato azucarero y lo querían mucho, él daba  mantenimiento a las calderas del ingenio, formó una gran orquesta entre los obreros, fue su director muchos años; también fue muy amigo Guillermo Salamanca, músico  tlacotalpeño de gran talento y renombre, yo disfrutaba mucho sus melodías al piano, cuando Jorge Saldaña lo presentaba en el programa Nostalgia, el grupo musical de mi tío se llamó Los chiles fritos, mientras que el de Memo: Choto el último. Cómo causaban risa los nombres.

Entre hermosa música y mucha cordialidad, cenábamos todos juntos y alegres, al terminar, cuando todos se iban  mi tío le hacía una seña a mi tía, era para que nos diera los juguetes. A mí, casi siempre me daban una muñeca, de celuloy que era como plástico pero no muy resistente, si la apretaba mucho se deformaba,  a mí se me olvidaba al jugar, la abrazaba y la oprimía contra mi pecho, se le acho mataba la cabeza, quedaba como si hiciera muecas, así que, jugaba a que ella era la enferma y yo la doctora o la enfermera, le recetaba medicina y le hacía curaciones en su cabeza y demás lugares que se le enfermaran.

En una ocasión, a Ángel le regaló una locomotora de fierro, cómo jugábamos con ella, le metíamos papeles a la chimenea y los prendíamos, mientras iba andando iba echando humo, cómo nos reíamos, esa sí que aguantaba cuando se descarrilaba o se le caía encima el túnel con tierra y piedras. También le regalaban pistolas, las que más nos gustaban eran las de mixtos, las accionábamos y tronaban. Jugábamos a los policías, lo curioso era que él decía que mi pistola se trababa y no disparaba, y que la suya sí: __”¡Qué casualidad! ¿Verdad?” Le decía yo, nos enojábamos, dejábamos de jugar un rato, pero después, ya estábamos a las grandes divertidas.

Como nada más éramos Ángel y yo, (mi otro hermano nos llevaba muchos años),  no quería él jugar con mis muñecas ni trastecitos, yo no quería jugar sola, entonces yo terminaba arrumbándolos,  y jugaba con él y con sus juguetes.

Luego nos fuimos a vivir más al sur, al puerto de Coatzacoalcos, a mi papá le gustaba ver el cielo de noche, me enseñaba las constelaciones, yo solo veía un montón de puntitos temblando en la noche, con los años las fui identificando, decía que con ellas se guiaban los marinos, esta costumbre es uno de sus grandes regalos que ha perdurado por más de 75 años. Volviendo a Coatza, una Nochebuena vi algo en el cielo que a los niños nos asustó, como nos dieron de cenar temprano  salimos a jugar a la calle, los adultos se quedaron cenando y platicando,  yo vi el cielo inmenso y profundo y se me ocurrió inspeccionarlo, al ver eso les dije: __¡Miren! Todos nos asustamos y corrimos para adentro de la casa a refugiarnos en los brazos de nuestros padres. Salieron a ver, nos dijeron riendo que era un cometa, para entonces yo no los conocía, desde entonces he visto muchos.

Otras Navidades las pasamos en Alvarado, Minatitlán, Las Choapas, Cosamaloapan, Tlacotalpan, y el puerto de Veracruz,  hasta que llegué a Poza Rica, aquí me casé y tuve 6 hijos, ese día cenábamos mi esposo, mi madre y mis hijos, muy felices, Felipe les compraba juguetes,  nosotros dos nos divertíamos de verlos tan felices, por eso, la Navidad es tiempo de valorar que Dios nos mandó el mejor de los regalos: a su hijo Jesucristo.


 Texto Publicado en: Kaniwá #86 Suplemento cultural del periódico La Opinión, Poza Rica de Hgo; Veracruz. México, del 24 de diciembre de 2016.






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