domingo, 2 de octubre de 2016

Las dos abuelitas.

Por Joel García Cobos.  

           
El personaje de esta historia tuvo una infancia feliz, conoció sus 2 abuelitas, eran muy diferentes entre sí, lo querían y  ese amor fue recíproco,  a pesar que ya tienen más de 30 años  de haber bajado al descanso,  las recuerda constantemente. El amor de las abuelitas es muy especial y te sigue toda la vida.

La abuelita Lola,  era morenita, alta, robusta, de pelo chino, platicadora y de carácter arrebatado, no se dejaba de nadie, siempre decía lo que sentía, tenía muchas amistades.  La abuelita Gaby, era blanca, bajita, llenita, de pelo lacio, reservada, de carácter apacible, pensaba las cosas y muchas se las guardaba. De pequeño les decía la abuelita grande y la abuelita chiquita

La abuelita Lola vivía con él, aunque  pasaba largas temporadas en Alvarado, el ingenio San Cristóbal,  Antón Lizardo y Tlacotalpan, visitando a la familia y a sus amistades de toda la vida, en el estado de Veracruz, se sentía orgullosa de su sangre y cultura jarocha. No era la típica abuelita que lo abrazaba, besaba y le repetía te quiero, a veces lo sorprendía y le guisaba sus antojos: Hot cakes,  pan con mantequilla, unas gorditas de  anís, las tortillas calientitas con nata batida  de la leche de vaca, algún dulce típico.

Por la mañana tejía; a las 3 de la tarde que llegaba la programación veían televisión; pero lo que más disfrutaba de ella eran sus pláticas, le contada de sus papás, abuelos,  tíos, lo hacía retroceder hasta 1850; le platicaba de su niñez y  juventud, ya de 1895 para acá; como le gustaba mucho leer,  declamar y enterarse de todo lo que sucedía, le mantenía horas completas con la boca abierta, la hacía de suspenso, urgiéndola para  que continuara el relato.


La abuelita Gaby vivía con su hija y yerno,  a cuadra y media del nieto, caminaba muy rápido y lo visitaba varias veces al día, le contaba sucesos de la colonia, tampoco le decía que lo quería aunque él sentía su amor, a veces lo abrazaba por breves minutos, o se paraba a su lado  y le echaba su brazo por los hombros, cuando creció  por la cintura, así permanecían largo rato, en silencio. Él también la visitaba seguido, cuando su mamá lo mandaba al mandado, pasaba a preguntarle si quería algo, le traía a veces la masa, se sentaban en la sala, tenía un silloncito de paja, cuando era niño le gustaba sentarse ahí y mecerse, ya más grande le gustaba verla ahí sentadita, en silencio, le sonreía con esa carita tierna, surcada de arrugas.

A la abuelita chiquita le gustaban mucho las plantas, las flores,  la casa de su yerno era muy bonita, siempre bien pintada e impecablemente limpia,  dos lados tenían pavimento, y en  los otros dos tenía su jardín con banquetas, abarcaba el frente y  el lado oriente,  bien cuidado, con cientos de variedades, le decía que habían de sol y de sombra, de mucha y poca agua,  de hojas caducas y perennes, que floreaban y otras que no; hacía el abono con las hojas y flores que caían, principalmente de una limonaria. 

Cuando creció el nieto,  sentía un inmenso placer poderla ayudar a cuidar sus plantas, también le conseguía latas grandes de aceite, las cortaba, remachaba los bordos para que no se fuera a cortar y se las pintaba; le ayudaba a cambiarlas de sitio. La abuelita Gaby era evangélica, le hablaba de Dios y de Jesucristo, ella le enseñó la primera Biblia que conoció, oraban. A la abuelita  Lola le gustaba leerle  el sinfín de cartas que le llegaban.

 Se sentía feliz con sus dos abuelitas.   


Texto Publicado en: Kaniwá #71 Suplemento cultural del periódico La Opinión, Poza Rica de Hgo; Veracruz. México, de 10  de septiembre  de 2016.





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