martes, 13 de diciembre de 2016

La máquina de la abuela.

La abuela Juana Enríquez Santiago.
Por Elisa Cobos Enríquez.

Mi abuelita tenía una máquina de coser, alemana, había sido de su mamá, mi bisabuelo que fue cartero de postas entre Alvarado y Veracruz se la compró, él tardaba 3 días en llevar el saco de la correspondencia de un puerto a otro, a lomo de mula, me contaba mi mamá que él se quedaba dormido sobre el animalito y éste seguía el recorrido. Como tuvieron 7 hijos,  ella les hacía la ropa, compraba una pieza de tela y los uniformaba.

La máquina era de cadeneta y pespunte, por encima de la tela cosía una puntada de cadenas y por abajo normal, según la usó cuando mi madre y mi tío fueron creciendo pero yo nunca vi que la usara,  tenía un taller de bordado y tejido entre sus vecinas, y la máquina permanecía en su cuarto tapada,  aunque mi madre no tenía permiso para usarla, a mano me hacía mis vestidos que no le pedía nada al mejor.

 Yo era pequeña y mi curiosidad  enorme ante ese aparato de fierro macizo, cuando la abuela salía de casa,  la destapaba y observaba cada una de sus partes, lo que ahora entiendo que es la bobina, tenía un tubito largo y ahí se enredaba el hilo, los pedales muy duros y una rueda que giraba y giraba y hacía un ruido como de carreta, cuando oía que regresaba, la tapaba a la carrera para que no se diera cuenta de mi osadía, a veces no me daba tiempo y me encontraba  cerca de ella, me decía en tono severo: __”No la toques, la vas a descomponer.”

Aprendí a coser cuando mis hijos estaban chicos. 
Cuando mi hermano que me llevaba 18 años se casó, mi abuela se la prestó a mi cuñada Lucy, ella era un amor y una gran modista, le salía mucha costura, mis dos sobrinos nacieron y mientras yo los cuidada en el petate nos entretenía por igual contándonos las aventuras de Pulgarcito,  todos los días nos contaba capítulos nuevos, no sé de dónde sacaba tantas situaciones. Se fueron a vivir a otra casa y mi abuela permitió que se la llevara, la usó un tiempo, la empresa Singer llegó, y Lucy  enseguida se compró una más moderna, como ocupaba lugar se la llevó su hermana a su casa que era más grande, el esposo comenzó a refunfuñar que era un estorbo, y aprovechando que mi abuela se fue a vivir a Carlos A. Carrillo, un día que pasaron comprando fierro viejo, sin más ni más él la vendió, seguramente el objeto con 100 años de historia familiar, fue a dar a la fundidora  Monterrey.

Yo aprendí a coser cuando mis hijos estaban chicos, al principio como mi madre, desbarataba una prenda y la marcaba sobre la tela, le conté a mi esposo los intentos que hice por aprender y fui a un costurero municipal, me compró una máquina, cómo disfrutaba haciéndoles su ropita a mis niños. La vida me ha mostrado la importancia, de que los padres les enseñemos a nuestros hijos el oficio que nos enseñaron nuestros padres, con el tiempo ellos decidirán  si estudian una profesión.



Texto Publicado en: Kaniwá #83 Suplemento cultural del periódico La Opinión, Poza Rica de Hgo; Veracruz. México, del 4 de diciembre de 2016.






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