lunes, 28 de agosto de 2017

Lo primero es lo primero.

Por Joel García Cobos.

En este mundo hay  tristeza, soledad, dolor y enfermedad, no podemos ser felices o al menos por un buen periodo, nos sentimos vacíos, frustrados, confusos. Vamos de un lugar a otro buscando la anhelada felicidad, pero pareciera que cada vez está más lejos, después de un recorrido largo y retorcido en que nos lastimarnos y lastimamos a las personas cercanas,  seguimos igual o peor, nuestra desesperación se torna en amargura o indiferencia.

En la Biblia encontramos claros ejemplos de esta continua búsqueda. En una de sus famosas parábolas, (1)  Jesucristo describe a un joven con ansias de vivir, estaba cansado del hogar, de las faenas comunes, cansado de las reglas de conducta y costumbres de su ciudad, quería salir al mundo, a los deleites y placeres, conocer gente, lugares, otras formas de ser.

Entonces, tuvo una idea que le pareció la solución: Habló con su padre y le solicitó su herencia. El Padre lo amaba, era un hombre  consecuente e hizo lo que su hijo le indicó. El muchacho cumplió su sueño, se fue a un lugar distante y rompió con su monótono pasado. La narración señala que malgastó su dinero en todo lo que él quiso, y ya cuando se le acabaron los recursos y seguramente “sus amistades”, se le complicó más la situación al padecer la escasez de alimento de esa provincia. Esta crisis lo sorprendió ya sin nada, tuvo hambre, pedía los desechos que comían los puercos y nadie se los daba, entonces recapacitó y volvió todo arruinado al hogar, donde el Padre lo restauró.

Esto pareciera ser un cuento con un final feliz, un tonto, flojo, parásito, un bueno para nada, que no valoró lo que tenía y por lo mismo, no hizo una buena elección en su proyecto de vida. Pero esto tiene mucha actualidad,  cuántos millones de personas hay así, jóvenes pegados al Facebook haciéndole al cuento que estudian, pero que en realidad utilizan el internet solo como un medio para buscar sus fantasías, malgastando recursos y condenándose  a futuras penurias y frustraciones. 

Pero veamos ahora el reverso de la moneda. Un personaje real que todos hemos escuchado alguna vez: Salomón, el hombre más sabio de todos los tiempos. (2) Joven, importante, rico, con un futuro brillante, como hijo de rey naturalmente ascendió al trono, aquí tuvo la oportunidad de edificar formidables ciudades, suntuosos palacios; impulsó la agricultura, la ganadería, la flota marina de su nación; tuvo cuanto quiso, placer, riqueza, honra; escribió libros: Iban caravanas de otros países a verlo, a escucharlo.

El ímpetu de su increíble vida lo explica con pocas pero significativas palabras: “No le negué nada a mi vista; acumulé oro como si fueran simples piedras.” Tuvo cientos de mujeres hermosas, lujos, excesos de todos, y también con sus propias palabras explica el vacío que al final de su vida sentía: “Vanidad de vanidades todo es vanidad; La vida es como un vapor; ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol?”

El rey Salomón concluye en el libro bíblico de Eclesiastés su alocución con dos recomendaciones: 1) Acuérdate de Dios desde tu juventud, sírvele antes que llegues a los días malos. 2) Ten respeto a Dios y obedécelo.

No sé con quién te identificas, si con el hijo pródigo o con el rey Salomón, pero pobres o ricos, buscamos en esta vida algo, un motivo de existencia,  Facebook está saturado de personas que buscan a lo lejos la atención que no están dispuestos a dar a los que están junto a ellos. Es una búsqueda ciega y sin sentido, no estamos dispuestos a analizarnos con sinceridad, y mucho menos aplicar una frase  tan sencilla como  monumental de Jesucristo que le llaman la regla de oro: “Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos.” 

Buscamos en todas partes, pero pareciera que el bosque no nos permite ver lo que está ante nuestros ojos: DIOS.


Referencias:
(1)     Lucas 15: 11 al 32.
(2)     Eclesiastés 12: 1 y 13.
(3)     Lucas 6: 31


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