domingo, 12 de junio de 2016

No da el que tiene, sino el quiere.

Por Joel García Cobos.



Entre semana el hospital era todo movimiento y bullicio,  el estacionamiento tenía  vehículos y gente presurosa que entraba y salía; Los ambulantes  en la ancha banqueta vendían presurosos sus productos; en los amplios corredores  exteriores de la hermosa hacienda porfiriana,   los pacientes y familiares  se apresuraban en los trámites. Las bancas, siempre llenas de personas conversando, bostezando u observando todo lo que les permitiera consumir el tiempo de espera.


En el interior, era todo muy parecido, pero en silencio y enmarcado  en pajizas  paredes con vistosos carteles alusivos a la salud; estaba densamente iluminado por encubiertas lámparas que permanecían encendidas de día y de noche.

Mientras, en las habitaciones de 6 camas siempre ocupadas, los pacientes esperaban la llegada de sus familiares, veían hacia las puertas de los pasillos esperando ver rostros familiares. Estos daban a un enorme jardín interno siempre verde y floreciente, pues era política que los pacientes fueran llevados  a ese Edén como parte de su recuperación, y ellos encantados se dejaban acariciar ahí  del aire, el sol y los trinos de las aves canoras que al sentirse a gusto en su hábitat, cantaban agradecidas todo el día y sobre todo al amanecer. 


Pero los domingos era diferente, permeancia sin personal, solo un vigilante, las oficinas  cerradas y apagadas, los pasillos desolados,  solo el verde patio   recibía  los pacientes  que podían caminar.

En el  exterior la quietud era más significativa, pues estacionamiento y calles estaban desoladas,  libre de carros, gente y vendedores.  Los familiares de los enfermos salían a buscar algo para comer, no encontraban ni fondas ni restaurantes  abiertos.

Una anciana madre cansada, asoleada y frustrada tras titánico recorrido,  saludó al  portero y entró al edificio, en la desierta sala de espera una  solitaria señora estaba sentada  en la primera hilera  de sillas, pareciera que la esperaba, al pasar junto a ella le dijo sin detenerse y dirigiéndose al sanitario cercano: __”Usted cree  que en todo el derredor ¿No venden nada para comer?  ¡Ni una bendita naranja! Bueno, con decirle, que no encontré ni una raspa  ni  una paleta.” Después de unos minutos regresó con una botellita de plástico llena de agua y sentándose a su lado le digo: __”La llené de la llave.”

__Sí, lo creo, y en los bebederos no hay agua, le dijo la otra señora que vestía muy humilde.
__”¡Nada! ¡Y con el hambre que tengo! Le reiteró con la botella cerrada en la mano y añadió con voz baja: __”Ya ni galletas tengo.”

__”No se preocupe” y sacando de su bolsa de plástico un diminuto tamal,  no más ancho que tres dedos y de unos 10 centímetros de largo, le quitó la hoja, lo partió y dándole un pedazo le dijo con orgullo: __”¡Vamos a comer!”

__”Ay no señora, cómaselo usted.” Le dijo muy apenada.

__”¿No lo quiere porque es de frijol? Si usted no se lo come, yo tampoco.”

Viendo la sinceridad de la humilde señora añadió: __¡Ah no! Si a mí me gustan mucho los frijoles, está bien y yo le convido agua.  Las mujeres con gusto comieron su mitad y su agua.

Desde entonces se con toda seguridad, que no da el que tiene, sino el que quiere. 



Texto Publicado en: Kaniwá #57 Suplemento cultural del periódico La Opinión, Poza Rica de Hgo; Veracruz. México, del 5  de Junio de 2016.







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