miércoles, 6 de abril de 2016

El Brindis.



Por Elisa Cobos Enríquez.



Estamos en Marzo, mes en que se celebra la Expropiación Petrolera, vienen a mi mente recuerdos muy vagos y distantes, pues en ese entonces contaba yo con escasos 4 años.


Para entonces, vivíamos en el sur del estado de Veracruz, en un paradisiaco rancho llamado La Cantica. Cada fin de semana mis padres, hermano y yo, íbamos a Coatzacoalcos a comprar provisiones para toda la semana, mi padre decía: __Vamos a Puerto México, y llegábamos a la casa de una prima de mi mamá que nos querían mucho, la tía Tibita a mucho rogarle a mis papás,  de vez en cuando nos dejaban el fin de semana, lo pasábamos de maravilla  jugando con los primos.

Como los tíos eran dueños de una panadería que estaba atrás de la casa, nos la pasábamos muy bien comiendo el pan que más nos gustaba.  En un fin de semana que nos quedamos mi hermano y yo, los tíos y los vecinos estaban muy preocupados, temprano de la tarde el tío apuraba a los empleados para que terminaran antes de las 8 de la noche, a esa hora comenzaba el toque de queda, temprano nos daban de cenar y nos ordenaban que nos estuviéramos quietos, sin hacer ruido, en el amplio corredor.

A esa hora el puerto quedaba en una oscuridad y silencio total, la población temía que el puerto fuera tomado por los gringos como represalia por la Expropiación, los tanques de almacenamiento de hidrocarburos fueron pintados de negro para que desde los aviones no se vieran y les diera algo de trabajo en caso de bombardearlos.

En la oscuridad, llegaba  el rondín al corredor, un grupo de 4 soldados que andaban a pie cuidando de que la ley se cumpliera. Nosotros nos quedábamos muy quietecitos, con miedo de que nos llevaran, el tío Alberto les invitaba pan y café calientitos que conservaba en el horno apagado.


Yo oía la plática, los soldados comentaban que los  gringos se atrevieron a pedir indemnización  y que el General Cárdenas convocó  al pueblo para pagarla, la  gente entregaba lo poco que tenía: guajolotes, marranos, alhajas, los niños llevaban sus alcancías. 


Todas las comunidades donde había campos petroleros estaban tensos y preocupados, no había trabajo ni dinero, y  los optimistas tenían fe y esperanza en que todo se arreglaría y las cosas serían mejores, y más por la gran capacidad del entonces Presidente de la República, General Lázaro Cárdenas.

Luego nos cambiamos a vivir a Las Choapas, y como en otros campos productores de petróleo la situación económica seguía muy mal, ya era diciembre de 1938 y no había ninguna fiesta en ninguna casa, pues no había dinero. El 24,  todo era calma, la gente mantenía la esperanza que todo saldría bien para volver al trabajo, y que el pueblo fuera como antes: alegre, fiestero, bullangero. Y ahora con la situación que se vivía como que se sentía más el frío.

Me contó mi mamá que en otro tiempo con todo y las inclemencias del tiempo, la gente andaba en las calles participando de las Posadas y la Calenda, este paseo con velas y música es propio de la región del Itsmo, limitando con el estado de Veracruz, pero en ese 24 de diciembre las casas permanecían cerradas y a oscuras, todos dormían. También me contó un chiste que narraban en esos días de:  Solo una pequeña farmacia permanecía abierta, su propietario, un viejecito sentado junto a la rústica puerta entre abierta, esperando algún cliente, bostezando y frotándose las manos, cabeceaba.

Entró un trabajador, no a comprar sino para saludarlo y comentar los sucesos de la ocasión. Sentándose en otra silla, empezó la plática enfocada al problema que se estaba viviendo, y con entusiasmo hablaba de su confianza en el presidente Lázaro Cárdenas.  En eso estaban cuando el anciano se acordó que tenía una botella de sidra,  que le había quedado del año anterior, la trajo con dos vasos, sirvió y brindaron para que los gringos se fueran, porque el petróleo es de los mexicanos, afirmaron.

Volvió a echar un poco más de sidra en los vasos, y los brindis siguieron, haciendo el viejito alarde de su buen humor, le preguntó al petrolero si repetía, este le contestó muy gustoso que sí, y el anciano riendo a carcajadas le contestó: __”Eructe, la sidra se terminó.”


Texto Publicado en: Kaniwá #46 Suplemento cultural del periódico La Opinión, Poza Rica de Hgo; Veracruz. México, del 20  de marzo  de 2016.



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