viernes, 7 de julio de 2017

El amor nunca deja de ser.




Por: Joel García Cobos.

Cuando los presentaron él tenía 2 años y ella 20,  su tío le dijo: __”Ella es tu tía” y fue amor filial a primera vista, le dio la mano y la condujo a un rinconcito de la sala donde tenía su banquito,  la muchacha sonriendo obedeció, se sentía en el piso, al estar cara  a cara iniciaron un dialogo sin fin. En esa presentación de la prometida, se extrañaron que  el niño no fuera huraño con ella. La familia comentó esto más de 60 años.

En unos momentos, la charla entre ambos estaba centrada en el tema importantísimo de temporada, pues desde un principio ella tomaba muy en serio sus opiniones, le preguntó si con esa lluviecita  constante consideraba que llegaría Santa,  o los animalitos se quedarían atascados con tanto lodo, en su corto lenguaje le contestó: __”Sí viene” fue su enfática respuesta y agregó haciéndose entender con sus blancas manitas: __”¡Helicóptero!” __”¡Ah! Va a llegar  modernizado.” __”¡Sí!” Dijo con fuerza. __”¡Ah! Así sí, y ya verás que te va a traer muchos juguetitos bonitos, fue su alegre afirmación.

Los tíos se casaron, pasaron varios meses. Cuando los padres del niño comenzaron a construir su casa, abrieron zanjas para los cimientos corridos, el peligro era que  el menudito inquieto  cayera en ellas, entonces su papá lo tomaba de la mano y lo llevaba con la tía, felices pasaban las horas coloreando dibujos y platicando, al momento de comer le cocinaba sus antojitos. Y así volaron los años, al grado que  se hizo joven y ella madura, un día regresó del Tecnológico a mostrarle su título y el carro deportivo que su papá le regaló. En ese carro visitaron a la familia y se trasladaron a sucesos tristes, como el funeral de la abuelita.

Él se casó, a través de los años de matrimonio, a ambos les dio muchos  consejos en ese complicado camino, pasaron contentos las fiestas familiares, llegaron los hijos, crecieron, se fueron a estudiar,  ahora estos tenían sus propias ocupaciones. Ya  para entonces la tía era una persona de la tercera edad,  él se  jubiló y comenzó a  visitarla con más frecuencia, pasaban tiempo recordando las anécdotas familiares, veían películas y videos, claro, sazonadas con pláticas de dolencias, idas al médico, remedios caseros, intercambiaban también dietas, medicamentos, y demás sucesos de la ciudad. Pasaron juntos por el doloroso fallecimiento del tío.

Ya como viuda, veían los álbumes de fotos y leían, ella hasta se operó de una catarata para no perderse nada, le indicaba que le leyera a Pablo,  sobre todo la primera carta a los Corintios, el fragmento que más le gustaba y que le recordaba a su esposo era: __”Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser.”

A él, se le aceleraron los padecimientos, ingresó varias veces al hospital,  tan solo ver el esfuerzo que hacía para  caminar y visitarlo  le daba ánimo, se quedaban en silencio los dos, de vez en vez le contaba alguna brevísima anécdota.  Ya muy ancianita se fue a vivir a una población distante, cerca de su feliz pueblo, cuando se despidieron hubo un grande pesar entre ambos, le dijo: __”Tía, presiento que ya no te volveré a ver.” Ella tratando de ocultar una lágrima le aseguró con la voz más firme que pudo: __”Oh, no, yo te voy a llamar por teléfono todos los días, y nada más que nos establezcamos bien, se pasarán temporadas con nosotras.”

Pero ya no hubo tiempo, unas semanas después, en una fría mañana la ancianita despertó con la noticia de su fallecimiento, sintió un gran dolor y vacío, el segundo golpe antes de tres años, regresó a la ciudad y asistió a su funeral donde permaneció en silencio, con los ojos arrasados por las lágrimas. Tres semanas después, por la misma hora, se quedó dormida.

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