viernes, 3 de marzo de 2017

¿Tú también pediste carbón?

Por Joel García Cobos.


Tal vez pensarás que la siguiente narración es un cuento, pero no, fue real, me lo contó un maestro rural que llegó a Tonalá, Chiapas a hacerse cargo de la escuelita local.

La ancianita vivía sola, en su casita de adobe y teja, rodeada de muebles y objetos ancestrales que tenían la edad de sus cotidianos recuerdos, sus familiares vivían cerca, pendientes a sus necesidades, pero independiente como fue siempre, disfrutaba de su soledad.

En la estancia se reconocían  un ropero, una  mesa, una silla, una mecedora, varias cajas grandes de madera y una cama de latón,  a mitad de pared, una puerta abierta de madera, y muy cercano un techado  que cubría un derruido fogón de carbón, donde la viejita cocinaba su exigua comida.

Tenía por compañeros de vida, un gato ciego, que de tan viejo, ya no salía de casa, pues la última vez que salió por poco lo matan unos briosos perros. También vivía con ella un desplumado loro, con los años había aprendido de su ama sus cariñosas palabras y frases, alegrándole la existencia.

Hasta la casa pintoresca de tan singular familia, llegaba un vendedor de carbón, no menos ancestral  que los 3 personajes  mencionados, y que el jumento  que jalaba su destartalada carreta; sus ruidos peculiares repercutían por la adoquinada vía. El noble burriquito se detenía tan solo  en las viviendas que le dictaba el mandato de la costumbre.

__ ¡Maalee! Gritaba el carbonero mientras se apeaba ante la medio destruida o medio construida barda que lindaba al frente. A ciencia cierta nadie sabía en el pueblo el origen de ese conocido pregón que lo decía desde siempre, unos aseguraban que derivaba de Malena, una novia de su juventud, otros opinaban que era una forma  de Madre, pues la mayoría de sus clientes eran mujeres; otros no le pensaban tanto y decían que era solo una expresión, un grito para llamar la atención.

Sea como fuera: __ ¡Yuuujú! Era la respuesta cariñosa de la viejita que generalmente salía a platicar unos instantes con su amigo, cuando no salía por alguna causa le gritaba: __¡Échalo! Y él sacando energías, tiraba el ennegrecido y diminuto saco lo suficientemente fuerte para que pasara por encima de la separación y cayera dentro del corredor.

Una mañana que la anciana salió por ahí, seguramente a visitar una vecina enferma, se escuchó la carreta acercarse y el consabido: __ ¡Maalee!, contestado por: __ ¡Yuuujú!, y segundos después: __¡Échalo!, el anciano tiró el bulto y lo vio caer con satisfacción en el lugar de siempre. Horas después, cuando la anciana regresó, vio el bulto y entró a su cuarto que apenas estaba cerrado con la puerta de madera medio emparejada, quitándose el reboso de la cabeza y hombros comenzó a hablarles con cariño a sus dos amigos: __ ¡Minino! ¡Perico! ¡Sin vergüenzas! ¿Dónde están?

Por respuesta, en el silencio de la habitación escuchó un aleteo debajo de la cama, observó que el gato se deslizó con rapidez debajo de ese mueble, y el perico le dijo: __ “¿Tú también pediste carbón?”







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