miércoles, 27 de diciembre de 2017

Un templo sin igual.


“¡Miren, veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie en el lugar de honor, a la derecha de Dios!” (Hechos 7:56, NTV).

Justiniano ordenó construir la actualmente conocida como “Iglesia de Santa Sofía”. El historiador bizantino Procopio de Cesárea cuenta que se emplearon más de diez mil personas para la construcción, y el emperador hizo traer material procedente de todo el imperio, como las columnas helenísticas del Templo de Artemisa en Éfeso, grandes piedras de las canteras de pórfido de Egipto, mármol verde de Tesalia, piedra negra de la región del Bosforo y piedra amarilla de Siria. Esta nueva iglesia fue reconocida por los contemporáneos como una gran obra de arquitectura. El emperador, junto con el patriarca Eutiquio, inauguró con gran pompa la nueva basílica el 27 de diciembre de 537.

Desde su inauguración y hasta 1453, sirvió como catedral ortodoxa bizantina de rito oriental de Constantinopla, excepto en el paréntesis entre 1204 y 1261, cuando fue reconvertida en catedral católica de rito latino, durante el patriarcado latino de Constantinopla del Imperio latino, fundado por los cruzados. Tras la Conquista de Constantinopla por el Imperio otomano, el edificio fue transformado en mezquita, y mantuvo esta función desde el 29 de mayo de 1453 hasta 1931, cuando fue secularizado. El T de febrero de 1935 fue inaugurado como museo.

El propio emperador dormía allí para vigilar la marcha de las obras. Según una leyenda popular, un ángel asesoraba al emperador en cuestiones técnicas de la construcción. Según la tradición, Justiniano dijo, al ver terminada su obra: “Salomón, te he vencido”, haciendo referencia a la construcción del Templo de Jerusa- lén por parte del hijo del rey David.

Y verdaderamente, durante gran parte de la Edad Media, este fue el templo de mayor superficie sobre la Tierra, a lo que se le sumaba el esplendor arquitectónico que lo caracterizaba. La alusión de Justiniano al Templo de Salomón no fue casual; en ocasión de su inauguración, la gloria de Dios se manifestó en el Lugar Santísimo, llenando todo el Templo. Sin embargo, no sucedió lo mismo con el templo de Santa Sofía. ¿Por qué?

Según relata Hechos 7, Esteban afirmó que, tras la ascensión de Cristo luego de su muerte y resurrección, la shekiná -la gloria de Dios- se encontraba ahora en el Santuario celestial, donde Cristo intercede por nosotros a la diestra del Padre. La muerte, la resurrección y la ascensión de Jesús trasladaron el centro de atención del Templo terrenal al celestial, donde ahora Cristo intercede por nosotros ante el Padre.

Hoy, descansa confiado en la intercesión de Cristo en ese Templo que realmente no tiene comparación con ninguno edificado por manos humanas. MB

DEVOCIÓN MATUTINA PARA JÓVENES 2017
UN DÍA HISTÓRICO
Pablo Ale – Marcos Blanco

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