Por Joel García Cobos.
Era un plácido domingo, como a la 1.30 de la tarde, estábamos en la casa la
familia, yo tenía 6
años, acabábamos de comer, había una jarra de agua de jobo
en la mesa y unos vasos, mi padre ya se andaba yendo al trabajo, se estaba
peinando en el corredor, a
las 2 se
iría porque entraba a las 3
al taller de Geofísica y Cementación
de Pozos, se iba
temprano, nunca llegaba
tarde a ningún compromiso, menos
al trabajo que tanto
le gustaba.
Joel al centro. |
Mi madre
estaba sentada en una silla del comedor, peinaba a mii
hermanita de unos 3 años
de edad que estaba sentadita en su
silloncito de paja, le pasaba el
cepillo en el recién bañado pelo
una y otra vez, levantaba la vista de vez en vez para observarlo; mis 2 hermanos mayores ya bañados seguían
sentados en el
comedor tomando agua fresca de jobo, mi abuelita estaba sentada en
un mueble de la sala, muy cerca
de la puerta abierta donde se veía mi padre.
Mi otro hermano salió del baño oliendo a jabón, yo
estaba parado en el pasillo muy cerca del comedor, con mi toalla al hombro para
entrar a bañarme, en este momento fue
cuando se oyó una fuerte explosión, ¡Pummm!
El sonido se fue alargado, como queriendo abarcar la ciudad
entera, que lo oyéramos de todas partes;
el suelo se sacudió y crujieron las ventanas que parecieron caer súbitamente al piso.
La pesada lavadora de ropa que
estaba en el baño crujió,
entre el temblor alcancé a ver a mi robusta abuela de 70 años pararse con una ligereza fenomenal, exclamó: __”¡Dios mío! y volvió a caer sentada
sobre el ancho sillón de tela escocesa roja; mi padre se acercó y se detuvo
con una mano del marco de la puerta; mi madre
levantó y abrazó a mi hermana; mis
dos hermanos se quedaron sentados; mi hermano salió despavorido de la
recámara y yo todo mareado me recargué al
muro.
Del exterior venían ladridos
de perros, gritos, sollozos, sirenas, en cuestión de segundos
la calle se
llenó de gente que corría y gritaba: __¡Explotó la refinería! ¡Todos
vamos a morir! ¡Corran! ¡Sálvese el que pueda! ¡El gas! Otros gritaban ¡El fuego!
¡Moriremos quemados! Unos iban descalzos, a
medio vestir y a medio desvestir, cargando,
jalando, niños y mascotas.
Mi madre preguntó toda
espantada: __”¿Qué es esto Felipe? Él contestó
que no lo sabía, pero que
estábamos más seguros adentro de la casa que afuera, cerró el cilindro de gas, nos dijo que nos
tranquilizáramos y que no saliéramos a la calle ni le abriéramos la puerta a
nadie, que él tenía que presentarse a
trabajar, y si la situación se tornara peligrosa para nosotros, él vendría en un vehículo.
Yéndose mi padre llegó una
vecina, apurándonos para irnos todos juntos, ella y sus 3 hijas, mi madre le comentó lo que
especificó mi padre, y le recalcó
que era muy peligroso andar en la calle, pero estaba fuera
de sí y se fue.
Ya después supimos lo que
pasó.
Publicada en: Kaniwá #14 Suplemento cultural del periódico La Opinión, Poza Rica de Hgo; Ver. México, el 16 de agosto de 2015.
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