Por Joel García Cobos..
De niños uno de nuestros mayores placeres es
comer, y solo es comparable con el de
jugar, el jugar y el comer están presentes durante toda nuestra niñez, recuerdo
que cuando acompañaba a mis padres al mercado
pasábamos a almorzar antes de la faena
que para mí era como un juego.
Detrás de los árboles de primer plano inicia el mercado. foto reciente. |
Nos
bajábamos del autobús en la
esquina que daba a lo que hoy es el hotel Juárez, cruzábamos el paseo de la Burrita, este sin
pasto porque la avalancha de gente siempre a las carreras no lo respetaba y
pisaba, mis padres, un hermano __a veces mi hermana __ y yo, llegábamos al
mercado y caminábamos sobre la avenida Heroico
Colegio Militar, llena de gente, cargadores y
camiones que descargaban frutas,
verduras y abarrotes, entrábamos por esa
puerta lateral y llegábamos al área de fondas con movimiento todo el día.
Para mí, era un gusto almorzar en esa legendaria
y sencilla fonda donde se saboreaba la mejor barbacoa de la región,
en caldo y en taquitos, era alargado y
abierto, en una pared tenía dibujado un hermoso borreguito, blanco y gordo, en la otra celosía con veintenas
de cajas de refresco, estaba atendido por su dueño, don Anatolio, Juanita
su esposa y un adulto, que se sabía, desde niño llegó
buscando trabajo y que los señores criaron como un más de sus
hijos, lo llamaban Maleno. (1).
De
piel morena, cabello lacio y confección
robusta, siempre estaba parado frente a la orquesta, sonriente, entre la
olorosa olla y el mostrador atestado de comensales, vestía sobre su humilde
ropa, un mandil muy blanco, y habiendo
crecido en ese
puesto, en sus manos tenía la destreza propia de su oficio: en cuestión
de segundos despachaba docenas de taquitos;
mientras que la señora los consomees.
Magdaleno era como un gran director de
orquesta, sus movimientos eran con sentido y precisión, sacaba de la tremenda
olla la humeante y suave carne, la colocaba sobre la redonda tabla de madera,
la picaba con destreza y estilo, se
escuchaba constantemente aquel alegre “tac, tac, tac, tac” que presagiaba una nueva ronda de tan anhelado
manjar; luego estiraba el brazo y asía
un platito con su papel renovado; y para
concluir, a las tortillas calientitas de acuerdo a los tacos __dos por cada uno
de ellos__ les iba echando la deliciosa y suficiente barbacoa.
Cada consumidor, le echaba a su entero gusto:
el limón, la sal, el cilantro y la
cebolla, sin olvidar la riquísima y
picosita salsa. ¡Qué delicia! No había
tacos como aquellos en todo Poza Rica.
No recuerdo cuántos de ellos nos alcanzábamos
a comer mi hermano y yo.
Mi madre nos preguntaba si queríamos más, mi
padre escuchaba la respuesta, si nos oía
titubear, hacía una seña y nos pedía otros cuatro, añadiendo: __Están
creciendo, que no se queden con hambre”, pedir y agarrar era una sola cosa y
tal el portento de aquel hombre trabajador nacido en el estado de Hidalgo.
A través de los años supe, que el dueño del
negocio enfermó y murió, el fiel Maleno lo sintió tanto que dejó de comer, al
poco tiempo también bajó al descanso,
para mí él fue el verdadero Rey de la barbacoa.
(1) Magdaleno Olivo Ortega, nace en José María Pino Suárez, estado
de Hidalgo; su hijo Gerardo
Olivo Chavarría proporciona el dato.
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