Por Joel García Cobos.
El personaje de esta historia
tuvo una infancia feliz, conoció sus 2 abuelitas, eran muy diferentes entre sí,
lo querían y ese amor fue recíproco, a pesar que ya tienen más de 30 años de haber bajado al descanso, las recuerda constantemente. El amor de las
abuelitas es muy especial y te sigue toda la vida.
La abuelita
Lola, era morenita, alta, robusta, de
pelo chino, platicadora y de carácter arrebatado, no se dejaba de nadie,
siempre decía lo que sentía, tenía muchas amistades. La abuelita Gaby, era blanca, bajita, llenita,
de pelo lacio, reservada, de carácter apacible, pensaba las cosas y muchas se
las guardaba. De pequeño les decía la abuelita grande y la abuelita chiquita
La abuelita Lola
vivía con él, aunque pasaba largas
temporadas en Alvarado, el ingenio San Cristóbal, Antón Lizardo y Tlacotalpan, visitando a la
familia y a sus amistades de toda la vida, en el estado de Veracruz, se sentía
orgullosa de su sangre y cultura jarocha. No era la típica abuelita que lo
abrazaba, besaba y le repetía te quiero, a veces lo sorprendía y le guisaba sus
antojos: Hot cakes, pan con mantequilla,
unas gorditas de anís, las tortillas
calientitas con nata batida de la leche
de vaca, algún dulce típico.
Por la mañana
tejía; a las 3 de la tarde que llegaba la programación veían televisión; pero
lo que más disfrutaba de ella eran sus pláticas, le contada de sus papás,
abuelos, tíos, lo hacía retroceder hasta
1850; le platicaba de su niñez y
juventud, ya de 1895 para acá; como le gustaba mucho leer, declamar y enterarse de todo lo que sucedía, le
mantenía horas completas con la boca abierta, la hacía de suspenso, urgiéndola para que continuara el relato.
La abuelita
Gaby vivía con su hija y yerno, a cuadra
y media del nieto, caminaba muy rápido y lo visitaba varias veces al día, le
contaba sucesos de la colonia, tampoco le decía que lo quería aunque él sentía
su amor, a veces lo abrazaba por breves minutos, o se paraba a su lado y le echaba su brazo por los hombros, cuando
creció por la cintura, así permanecían largo
rato, en silencio. Él también la visitaba seguido, cuando su mamá lo mandaba al
mandado, pasaba a preguntarle si quería algo, le traía a veces la masa, se sentaban
en la sala, tenía un silloncito de paja, cuando era niño le gustaba sentarse
ahí y mecerse, ya más grande le gustaba verla ahí sentadita, en silencio, le
sonreía con esa carita tierna, surcada de arrugas.
A la abuelita
chiquita le gustaban mucho las plantas, las flores, la casa de su yerno era muy bonita, siempre
bien pintada e impecablemente limpia,
dos lados tenían pavimento, y en los
otros dos tenía su jardín con banquetas, abarcaba el frente y el lado oriente, bien cuidado, con cientos de variedades, le
decía que habían de sol y de sombra, de mucha y poca agua, de hojas caducas y perennes, que floreaban y
otras que no; hacía el abono con las hojas y flores que caían, principalmente
de una limonaria.
Cuando creció
el nieto, sentía un inmenso placer
poderla ayudar a cuidar sus plantas, también le conseguía latas grandes de
aceite, las cortaba, remachaba los bordos para que no se fuera a cortar y se
las pintaba; le ayudaba a cambiarlas de sitio. La abuelita Gaby era evangélica,
le hablaba de Dios y de Jesucristo, ella le enseñó la primera Biblia que conoció,
oraban. A la abuelita Lola le gustaba
leerle el sinfín de cartas que le
llegaban.
Se sentía feliz con sus dos abuelitas.
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