Por Elisa Cobos Enríquez.
Las fiestas
patrias ¿Cómo no recordarlas? Si eran algo tan hermoso y especial. Desde
semanas antes, las alumnas de quinto y sexto grado de la Escuela Primaria Manuel M. Oropeza se nos asignaba la labor de
hacer los adornos en papel de China, en esa década de los 40’s no se
conocía el plástico. Así que decorábamos el zócalo, el Palacio municipal
y su frente que era la explanada, donde se realizaba la ceremonia del Grito de Independencia.
Las compañeras hacíamos las tricolores banderitas, por lo
regular eran rectángulos o cuadros intercalados, adheridos a mecates delgados y resistentes, estaban listos para el 13 de septiembre, no se colocaban con más tiempo por los
torrenciales aguaceros de ese mes. Con cuánta alegaría hacíamos todo,
a la salida de clases nos quedábamos, se nos figuraba que así teníamos más derechos de participar de las fiestas.
El 15 de
Septiembre Íbamos una palomilla como de 8 o 10 muchachas de la calle Nicolás Bravo, de 10 a
15 años, nos íbamos como a las 6 de la tarde, cada año Lala, una señora como de
unos 50 años con discapacidad insistía
que la lleváramos, todas lucíamos nuestras galas más recientes, dábamos vueltas en los pasillos del parque,
generalmente por parejas y nos
encontrábamos y platicábamos con nuestras compañeras de escuela.
En la nochecita
era la Fiesta Mexicana, frente al
Palacio colocaban sillas y como no alcanzaban la gente se sentaba donde pudiera, en los bordes de las jardineras y
banquetitas. En el kiosco tocaba la
Orquesta Municipal melodías mexicanas y
danzones, también habían tríos con sones jarochos, los alumnos de las
diversas escuelas primarias tenían a su cargo bailables, cantos,
declamaciones antes y después del Grito. En una ocasión fue la Sinfónica de
Marina.
A las 11 de la
noche salía al balcón principal el Alcalde acompañado de las Señoritas:
Independencia, Patria y Libertad ellas luciendo su juventud, belleza y vestuario,
se les unía además los miembros del consejo
municipal, con cuánto fervor arengaban a los héroes y ondeaba la bandera,
las campanas de la iglesia sonaban, los juegos
pirotécnicos eran lanzados de la azotea del Palacio y explotaban con sus luces y la ovación del pueblo. La
comuna al terminar se iba al cercano Casino al baile de los adultos con una
orquesta traída de afuera.
Una mención
especial es para el Torito encuetado, muy típico en esta región del Sotavento, la gente se divierte al ser correteada por esta animalito artificial, que es movido por
un valiente y escurridizo muchacho que va cargado de todo tipo de cohetes, zumbadores, buscapiés y demás. La gente huye divertida por
todo el zócalo y allá va el torito, en una ocasión no respetó la tradicional zona
del huapango, y hasta a la tarima se
subió, la gente huyo despavorida, salían
los buscapiés y zumbadores por todas partes y la gente divertida y muerta de
risa.
Nosotras nos
regresábamos a las 11 después del Grito, iban por nosotras algunas de nuestras
madres, y como de película, a esa hora
comenzaba un torrencial aguacero, ahí veníamos todas las gritonas empapadas, cante
y cante, y risa y risa, caminábamos de prisa y llegábamos muy pronto pues
vivíamos a unas escasas cuadras, Lala venía todo el regreso llorando, se quejaba en su media lengua
que se le mojara el vestido, los zapatos y
las medias nuevas, la abrazábamos porque le daban miedo la tempestad,
riendo le decíamos: __”Pero el año próximo no te traemos.”
Al otro día, todas nos encontrábamos en el desfile,
sin faltar Lala.
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