Por Joel García Cobos.
Israel estaba en guerra,
alrededor de la ciudad de Rabá se libraban cruentas luchas. Mientras tanto, en
el palacio el Rey David estaba ocioso, una tarde se paseaba aburrido por las
espaciosas terrazas tratando de distraerse, las proporciones del edificio le
permitía explorar la calle, huertos, casas y patios interiores donde se
desenvolvías escenas cotidianas de la capital.
El Rey veía
para todas direcciones, caminaba despacio, se detenía y luego continuaba en una de tantas alcanzó a ver a una mujer
que indiferente y sintiéndose lejos de miradas indiscretas se bañaba sin prisa.
Ahí estaba sumergida en el enorme balde de madera, semi cubierta de medio cuerpo
por el agua fresca y aromática, con una jícara se refrescaba los brazos, los
pechos y en el abdomen liso y fuera de grasa,
la otra mano deslizaba sobre su
piel morena disfrutando el agua primaveral.
El Rey
embelesado contemplaba su hermoso y juvenil cuerpo, por un momento su
conciencia le dijo que estaba haciendo una acción indebida, como si fuera una
decisión estiró la mano y tomó una jugosa manzana de una mesita de servicio, la
comenzó a comer sin apartar la vista de la joven que levantó el rostro, pudo ver unos ojos tiernos enmarcados en un
hermoso rostro.
Llamó a un
siervo, este le informó que era Betsabé,
hija de Elián y esposa de Urías, oficial del ejército; le envió un
presente y la joven pasó el resto del día y la noche con el Rey, un tiempo
después la mujer le informó que estaba embarazada, la ley citaba que las
mujeres y hombres adúlteros debían morir, para salvarle la vida y la suya
propia, ideó una artimaña, mandó a
llamar a Urías para que le diera un informe de la guerra y pasara unos días con
su mujer, su plan no dio resultado, pues el soldado regresó a la batalla sin ir
a su casa ni estar con su esposa.
Entonces le
envió un mensaje sellado al general del ejército, decía que pusiera a Urías en lo más peligroso
del combate y luego lo abandonaran a su suerte, así se hizo. Después de los
días de luto y purificación, el Rey se casó con Betsabé, Creyó que su adulterio
y crimen quedaría encubierto y sin consecuencias. Pero Dios escuadrilla los corazones
y motivos. Un día llegó el profeta Natán al palacio, después de un
reverente y silencioso saludo le comenzó
a narrar:
Y sin demora
se cumplió la sentencia, el Rey David tenía varias mujeres e hijos, y atravesó
un largo periodo de tribulaciones en su vida: El niño recién nacido murió; el
otro hijo de David, Ammón se portó vilmente con su hermana Tamar; Absalón dio
un golpe de estado a su padre; y en el mar de sangre mató a su propio hermano
Ammón.
David sufrió
en carne viva las consecuencias de sus actos, reconoció su maldad, se arrepintió de todo corazón, escribió el Salmo 51 que es un tratado acerca del verdadero
arrepentimiento, en los versículos del 8 al 12 dice:
Hazme oír gozo y alegría, / Y se recrearán los huesos que has abatido. / Esconde tu rostro de mis pecados, / Y borra todas mis maldades. / Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, / Y renueva un espíritu recto dentro de mí. / No me eches de delante de ti, / Y no quites de mí tu Santo Espíritu. / Vuélveme el gozo de tu salvación, / Y espíritu noble me sustente.
Dios amó a David, olvidó sus rebeliones, se refería a él como su siervo, un “hombre conforme a mi corazón, que hará toda mi voluntad.
Texto
Publicado en: Kaniwá #66 Suplemento cultural del periódico La Opinión, Poza
Rica de Hgo; Veracruz. México, del 7 de agosto de 2016.
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