Don Francisco nació
con el siglo pasado, en
Cosamaloapan de Carpio, Veracruz, estudió la
primaria en la Escuela Cantonal, su
maestro fue don Benito Fentanes. En su juventud, por
unos años, fue secretario
particular de un funcionario público de Orizaba, que el tiempo ha borrado
su nombre, se separaron, pues el gobierno lo envió a Europa en
misión especial durante la
Primera Guerra Mundial.
Llegó a ser
alto, delgado, moreno, de cabello ondulado, sus ojos muy claros como la miel, su mirada
profunda y tierna, como si amara a todo su entorno, a su esposa, a
sus 2 hijos. Vestía de mezclilla para el trabajo, casimir tropical
para salir, zapatos en dos tonos
y tenía una
colección de sombreros: Fieltro,
tardan, panameño, hippie, yucateco y sin faltar el jarocho. Sus oficios: Carpintero, albañil,
electricista, plomero, barrendero, curandero, no brujo, sino que conocía mucho de yerbas
medicinales. Le gustaba sembrar
árboles y barrer sus hojas, aspirar el
olor de la tierra húmeda.
Todo lo hacía
bien y a conciencia, si la calle tenía hoyos, los rellenaba y mantenía sin zacateras. Le gustaba leer los
periódicos, compraba 2 o 3 y analizar las noticias en cada uno de
ellos; contemplar las noches estrelladas,
encontrar las constelaciones; y las
matemáticas en especial. En una ocasión que trabajaba en un astillero,
desempeñando uno de sus oficios como lo
era el de barrer, el Ingeniero
Naval se quebraba la cabeza frente
a una montaña de
papeles, y exclamó: __”Pues no doy con el error”, él se acercó junto al
Ingeniero y después de analizarlos le señaló una operación con el dedo, al comprobar
medidas le dijo: __”Deje la escoba por
ahí, desde este momento usted es mi asistente.”
También era Práctico,
subía y bajaba los barcos al dique, trabajo de mucha responsabilidad, cuidaba todos los detalles
de las maniobras para que no salieran los
obreros lastimados. Cuando al ingeniero
le ofrecieron trabajo en
Brasil, le insistió que se fuera
con él, con todo y familia pero no quiso.
A donde iba,
transformaba el lugar. Otra etapa de su
vida fue en la hacienda La Cantica, era parte
de una enorme montaña y tenía un aserradero, los trabajadores inexpertos tumbaban los árboles sin madurar
desperdiciando mucha madera, don Francisco la aprovechaba para hacer carbón, era el combustible de esa época y se ganaba buen dinero. En la casa colorada como le
decían, se acomodaban todos los empleados
del aserradero con sus
familias, ha de
haber sido de unos 30 metros de frente
por 10 de fondo, sin divisiones y varias puertas y ventanas, en el patio tenía un pozo que según
la gente estaba embrujado, y le echaban
todo tipo de basura: Ramas, cartones,
latas, animales muertos.
Don Francisco
se propuso limpiarlo, todos los días
después de que salía del trabajo le sacaba
algo, poco a poco hasta que llegó al fondo, su esposa y su niño le
ayudaron a sacar latas de lodo, hasta que por fin quedó limpio y con un agua
cristalina y buena para consumir. Entonces
todos agarraban agua del pozo, su esposa le decía: __”Nadie te ayudó y
ahora todos tienen agua” él le decía que
no se fijara en eso, que entre más agua
le sacaran, más producía porque se
limpiaban los veneros.
Amaba a todos
los animales por igual, en la hacienda había una gran cantidad de fieras y víboras,
desde inofensivas hasta peligrosas, como: Coralillo, molendera, bejuquillo, cola de hueso, unas negras muy ponzoñosas, se
le atravesaban en su paso cuando iba a ver el horno del carbón, como iba al
frente de la hilera le decía a su familia, que no se moviera, cuando pasaba el
reptil les decía que ya
siguieran, cuando ellos temerosos le decían que por qué no las mataba,
invariablemente contestaba: Todos tenemos
derecho a vivir.
¡Feliz día del Padre!
No hay comentarios:
Publicar un comentario