La escritora y poetiza María Enriqueta Camarillo. |
Por Elisa Cobos Enríquez.
Conocí a María
Enriqueta a través de mi maestra de
Sexto grado, la profesora Rafaela Quirazco de Cruz, nos comentaba que María
Enriqueta era de Coatepec, un pintoresco pueblito cercano a la capital del
estado de Veracruz, y mi maestra Rafaela de Huatusco, llegó a Alvarado muy joven a dar clases en la Primaria Manuel M.
Oropeza. Ella nos platicaba que María
Enriqueta fue una gran poetisa y escritora, autora de nuestros libros de primaria, de niña me maravillaron sus
libros, constantemente los leía; y ahora que estoy anciana, la sigo recordando y
admirando por su gran aportación…
Sin conocerte personalmente
te amé, alimentaste mi imaginación, calmé
mi sed de saber en la fuente de tus
lindos libros. En mi adolescencia creí verte en tu niñez, en el balcón de la ventana de tu
casa, cerca del parque, asomada veías la lluvia,
y contenta gritabas y aplaudías,
que llueva y así no voy a la escuela. También pareciera haberte visto alegre,
avisándole a tu mamá que
pasaba el señor del burrito con leños calcinados.
Quise jugar
contigo, y me vi participando en tu
juego de Don Dominio del Canadá, entrabas a
la sala vestida con el frac de tu papá, imitando
la voz gruesa y ronca, pues según tú, así hablaba Don Dominio
del Canadá, qué sorpresa fue para
ti cuando descubriste que era un país.
En tus muchos
viajes, sentí acompañarte cuando paseabas
con tu esposo por la Quinta Avenida de Nueva York, viendo asombrada los altos
edificios; por el muelle de la vieja Habana; y
por la Gran Vía de Madrid, país donde viviste tantos años, disfrutando
de las letras, las fuentes y las flores.
Y cuando los años
se te acumularon, llena de fama y
rodeada de tus libros, regresaste a México, cómo disfruté tus logros, una de las mexicanas más famosas del
mundo; y lloré con tus afligidos versos con los que te despediste: __”Hoy tuve
un triste momento, me vino el
presentimiento de que me alejo de ti, he
aquí mi testamento de lo que te dejo
a ti…”
Y
me sentí tu heredera, de tus libros, de
esas hermosas y fragantes Rosas de la
Infancia, entre las cuales crecí.
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