Por Joel García Cobos.
En el suburbio de Betania, a unos
3 kilómetros de Jerusalén, vivían familias acaudaladas, a Jesús le gustaba visitar el sereno hogar de
sus amigos Martha, María y Lázaro, para descansar de sus fatigas, y platicar
libremente. A ellos los cautivaba con sus asombrosos relatos del amor de Jehová.
Un día Lázaro
enfermó, sus hermanas le avisaron al
Maestro, “El que amas está enfermo”, él les envió un mensaje: __”Esta enfermedad no terminará en muerte.
Servirá para mostrar el poder de Dios, y el poder que tengo yo, el Hijo de Dios.” con
esta seguridad Marta y María lo cuidaron con amor y esmero, a pesar de ello Lázaro murió.
Jesús al
saberlo, se quedó 2 días más, sus discípulos estaban asombrados de su actitud, solo les hablaba de confiar en Dios, pero de Lázaro nada, al
tercer día ya en camino a la región de Judea les dijo: __”Lázaro nuestro amigo
duerme, voy a despertarlo”, así siempre presentaba
la muerte, como un sueño, como no le entendieron les dijo más claro que Lázaro
había muerto “y
me alegro de no haber estado allí, porque ahora ustedes tendrán oportunidad de
confiar en mí.”
Nadie murió
estando Cristo presente, esta aparente tardanza era una oportunidad más para los
que no lo habían reconocido como el pan de vida, Jesús a lo lejos de la casa de
sus amigos oyó las plañideras y muestras
de luto, envió a Marta un discreto
mensaje de su llegada, no quería que se supiera aún de su llegada pues habían
mucha gente de Jerusalén, incluso familiares
de ellos en altos puestos, y ya se le buscaba para matarlo.
Martha se
apresuró a ir a su encuentro, y algunas personas la siguieron, en el kilómetro
que separaba su casa de la cueva
fúnebre, se decía a sí misma: __”Si hubiera estado el Maestro, mi
hermano no hubiera muerto”, al acercarse, Jesús vio su semblante abatido y su corazón
destrozado pero no había disminuido su amor y fe; ella al tenerlo enfrente le
dijo esas palabras, y añadió con sinceridad: __”Pero a pesar de todo lo que ha pasado, Dios hará lo que tú le
pidas. De eso estoy segura” Abrazándola
tiernamente le dijo que su hermano volverá a vivir.
—“Claro que sí, cuando llegue el fin, todos los muertos volverán a vivir“ le dijo con convicción.
—“Yo soy el que da la vida y el que hace que los muertos vuelvan a vivir. Quien pone su confianza en mí, aunque muera, vivirá. Los que todavía viven y confían en mí, nunca morirán para siempre. ¿Puedes creer esto?
—“Sí, Señor. Yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, que debía venir al mundo.”
María también llegó y su plática fue similar con su Maestro, reconoció su Divinidad y además lo adoró de rodillas. Pero con ella llegó un tumulto de gente, que la siguió pensando que iba al sepulcro a llorar. Al ver llorando a María, Jesús también lloró, le preguntó dónde lo habían puesto y lo llevó, la gente imaginando a dónde se dirigían se apresuró y ocupó los desniveles del terreno donde estaba el sepulcro.
De las mejillas de Jesús corrían
abundantes lágrimas, los familiares y amigos de Lázaro que lo apreciaban también
sollozaban, algunos exclamaban “cuanto lo amaba” Jesús gemía por esos hombres y mujeres afligidos con sinceridad, al leer
sus corazones podía reconocer a
los que no lo eran, estos sembrando dudas decían que tantos milagros había hecho y a ese que
era su amigo no había sanado, a otros con mirada profética, los reconocía y se unirían a los fariseos y saduceos para matarlo unos días después, en la mente de éstos solo había duda y maldad,
pensaban en la niña que tenía poco él había resucitado y mandado que le dieran
de comer, con profunda incredulidad repetían en voz alta para sembrar la duda:
“Él mismo dijo que no estaba muerta, que solo dormía.” Su pesar también era porque
muchos de ellos morirían en el futuro sitio de Jerusalén.
Aún con
lágrimas en los ojos, ordeno a unos hombres que quitaran la piedra, Marta
temiendo ser expuesta le dijo que no, que ya tenía 4 días sepultado y el
proceso de descomposición ya había comenzado, con estas palabras nadie podía dudar que Lázaro había muerto,
Jesús mirándola con infinita ternura le dijo: __”No te he dicho que si crees en
mis palabras verás la gloria de Dios?”
Al escuchar
esto todos callaron expectantes, el Maestro se acercó un poco más a la entrada de la cueva, levantó los
ojos y los brazos al cielo y exclamó: “Padre, te doy gracias porque me has
escuchado. Yo sé que siempre me escuchas, pero lo
digo por el bien de todos los que están aquí, para que crean que tú me enviaste.”
“Para que crean
que Tú me enviaste” resonó en sus oídos, luego gritó: __”Lázaro, Ven fuera”
todos los cuerpos se estiraron al máximo, pasaron de Jesús a ver la entrada de
la gruta, Lázaro apareció en la entrada, un murmullo creciente se escuchó, al
desatarlo y quedar libre, se arrodillo para adorar al único Dios Verdadero.
Publicado
en: Kaniwá #25 Suplemento cultural del periódico La Opinión, Poza Rica de Hgo;
Veracruz. México, el 25 de octubre de 2015.
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