La abuela Juana Enríquez Santiago. |
Por Elisa Cobos Enríquez.
Mi abuelita
tenía una máquina de coser, alemana, había sido de su mamá, mi bisabuelo que
fue cartero de postas entre Alvarado y Veracruz se la compró, él tardaba 3 días
en llevar el saco de la correspondencia de un puerto a otro, a lomo de mula, me
contaba mi mamá que él se quedaba dormido sobre el animalito y éste seguía el
recorrido. Como tuvieron 7 hijos, ella
les hacía la ropa, compraba una pieza de tela y los uniformaba.
La máquina era
de cadeneta y pespunte, por encima de la tela cosía una puntada de cadenas y
por abajo normal, según la usó cuando mi madre y mi tío fueron creciendo pero
yo nunca vi que la usara, tenía un taller
de bordado y tejido entre sus vecinas, y la máquina permanecía en su cuarto tapada, aunque mi madre no tenía permiso para usarla,
a mano me hacía mis vestidos que no le pedía nada al mejor.
Yo era pequeña y mi curiosidad enorme ante ese aparato de fierro macizo, cuando
la abuela salía de casa, la destapaba y
observaba cada una de sus partes, lo que ahora entiendo que es la bobina, tenía
un tubito largo y ahí se enredaba el hilo, los pedales muy duros y una rueda
que giraba y giraba y hacía un ruido como de carreta, cuando oía que regresaba,
la tapaba a la carrera para que no se diera cuenta de mi osadía, a veces no me
daba tiempo y me encontraba cerca de
ella, me decía en tono severo: __”No la toques, la vas a descomponer.”
Aprendí a coser cuando mis hijos estaban chicos. |
Cuando mi
hermano que me llevaba 18 años se casó, mi abuela se la prestó a mi cuñada Lucy,
ella era un amor y una gran modista, le salía mucha costura, mis dos sobrinos
nacieron y mientras yo los cuidada en el petate nos entretenía por igual contándonos
las aventuras de Pulgarcito, todos los
días nos contaba capítulos nuevos, no sé de dónde sacaba tantas situaciones. Se
fueron a vivir a otra casa y mi abuela permitió que se la llevara, la usó un
tiempo, la empresa Singer llegó, y Lucy enseguida
se compró una más moderna, como ocupaba lugar se la llevó su hermana a su casa
que era más grande, el esposo comenzó a refunfuñar que era un estorbo, y aprovechando
que mi abuela se fue a vivir a Carlos A. Carrillo, un día que pasaron comprando
fierro viejo, sin más ni más él la vendió, seguramente el objeto con 100 años
de historia familiar, fue a dar a la fundidora Monterrey.
Yo aprendí
a coser cuando mis hijos estaban chicos, al principio como mi madre, desbarataba
una prenda y la marcaba sobre la tela, le conté a mi esposo los intentos que
hice por aprender y fui a un costurero municipal, me compró una máquina, cómo
disfrutaba haciéndoles su ropita a mis niños. La vida me ha mostrado la
importancia, de que los padres les enseñemos a nuestros hijos el oficio que nos
enseñaron nuestros padres, con el tiempo ellos decidirán si estudian una profesión.
Texto Publicado en:
Kaniwá #83 Suplemento cultural del periódico La Opinión, Poza Rica de Hgo;
Veracruz. México, del 4 de diciembre de 2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario