Por Elisa Cobos Enríquez.
Sentada en el corredor de mi
humilde casa, veo la calle, poco a poco va cayendo la tarde, personas pasan,
carros, uno que otro perro, pero los niños ¿Dónde están? Cuando yo era niña, a
esta hora salíamos a la calle a jugar.
¿Estarán
viendo televisión o con los video juegos? ¿Chateando con otros niños o
platicando cosas no propias para su tierna edad? O en la escuela: ¿Acaso molestando
en forma brutal a algún compañero por su condición de pobreza o su aspecto
humilde? Le llaman ahora bullying, pero es falta de educación, que deben
recibir en sus hogares.
Volviendo a
mis tiempos, en la escuela se jugaba a brincar la cuerda, era el juego
favorito. Con una cuerda corta íbamos brincando una por una, con una más larga
brincábamos juntas varias, 6, 8 y hasta
10, le decíamos Paseo, y cantábamos:
“En el puente
marinero, hay una niña bordando/ con un
letrero que dice: Soy la hija de don Pablo/ Soy la hija de don Pablo/ ustedes
lo va a ver/ tiro mi pañuelo al suelo y lo vuelvo a recoger/ una, dos, tres,
que salga la niña que va a perder…” / Entonces nos salíamos del paseo una a una
las que estábamos brincando, sin topar la cuerda porque perdíamos.
Mi escuela
Leona Vicario en Alvarado era solo para niñas, muy pequeña y carecía de patio,
salíamos a jugar a la explanada del
parque, brincábamos la cuerda, en una ocasión un señor que pasaba nos vió y nos
pidió permiso para jugar, diciéndonos: __” ¿Puedo? En la mano llevaba una bolsa de papel con
huevos, al brincar se rompieron y por el
pantalón le escurrió el contenido de la bolsa, no se conocía el plástico. El
señor y nosotras nos reímos mucho, con
un ademán de manos se despidió y todas le aplaudimos.
También
jugábamos a Las Escondidas, una vez nos escondimos en el templo, cuando nos
encontramos hicimos mucha algarabía, salió el sacerdote enojado, nos corrió
y fue a la escuela a acusarnos con la
directora Lolita Mojica, después de explicarnos que actuamos mal, nos dio un
castigo de 2 semanas sin recreo, ante nuestras promesas de no volverlo a hacer
nos levantó el castigo y cumplimos nuestra palabra.
Ya en casa, después
de ayudar en las labores y al comenzar a
oscurecer, salíamos a la calle a jugar: Matarile; Hebritas de oro; La Viudita;
La Cojita; La Cebolla; El bote escondido; Engarrota Ahí. La tarde se iba rápido,
no había alumbrado público, cada quién regresaba a su casa temprano.
Cuando no podíamos
jugar por el mal tiempo, por la
lluvia o el norte, íbamos a la casa de Mamita Chana, una agradable viejecita de 100 años, nos encantaba porque nos contaba muchas
historias, las que más nos narraba eran las relacionadas a Carlota y a la
Revolución.
Dijo que cuando
llegó la emperatriz Carlota a México,
entró por el puerto de Veracruz, se
corrió la voz en las rancherías cercanas
y la gente iba a verla, era muy bonita y su vestido era largo, bonito y
esponjado, estaba bordado con hilos de oro y piedras preciosas. Le preguntamos
si ella la vio, nos dijo que no, que una prima, porque estaba embarazada y no
podía montar a caballo, pues la travesía entre Alvarado y Veracruz tardaba días.
Bonitos
tiempos que se pierden entre la bruma del tiempo. Pero me sigo preguntando: Y ¿Dónde
están los niños?
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