Por Joel García Cobos.
Cuando
salió de la universidad comenzó a buscar empleo, entre otros medios por
internet, consultó una bolsa de trabajo, y fue así como llegó a laborar a una
ciudad muy distante y famosa por sus hermosas playas, en el sureste del país. A
través de los años, pudo comprarse una casita en una colonia moderna, en esas
que las familias viven a puerta cerrada,
sin conocer a sus vecinos.
En una
ocasión que regresaba de la faena, se dio cuenta que debajo de la puerta de la
casa contigua, estaba un recibo de consumo
de luz, al poco tiempo de agua, con los meses se fueron acumulando. Un día notó
que había un documento diferente, entró
al pequeño patio, lo tomó y leyó su contenido: _”Se le notifica que debe pasar
a nuestras oficinas a la brevedad posible, a pagar su adeudo, de lo contrario
procederemos a cortarle el servicio y embargarle.”
En su hogar
comentó con su esposa lo desagradable que sería para el vecino llegar a pasar
una temporada de vacaciones y no contar con los servicios, le manifestó su interés por pagar el adeudo, unos
mil pesos, para evitarles esa
desagradable experiencia. Ambos comentaron los pros y los contras de esta
acción: apenas los habían visto un par de veces, eso sí, la satisfacción de
ayudar a unas personas en dificultades; y en la segunda probabilidad: corrían
el riesgo que no le regresaran su dinero. Después de unos instantes en silencio
añadió: _”Bueno, en este caso, lo absorbería el fondo de ayuda a necesitados de
nuestro presupuesto familiar. Ambos rieron y aceptaron el reto, así lo
hicieron.
La próxima
vez que fue a pagar sus servicios también pagó lo del vecino, y ya sin recibos
debajo de la puerta, comenzaron a correr los meses y a acumularse de nuevo. Un
día notó que había un carro estacionado frente a la casa, pasaron dos días y al tercero, vio a un señor
junto al vehículo y decidió abordarlo, después
del saludo cordial y de presentarse, el vecino contestó con la misma
amabilidad. Fue entonces cuando le expuso que él tuvo a bien pagar los recibos,
y que si le permitía, iría a su casa para entregárselos.
El vecino se
quedó muy sorprendido y pensativo mientras regresaba con la carpeta,
comprobaron el nombre, la dirección, el
número de medidor, cuando constataron
que todo estaba en orden, en ese mismo
momento le agradeció su atención y le pagó. Desde entonces se hicieron muy
amigos, y cuando llega al puerto a vacacionar, salen a pasear con sus
respectivas familias.
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