Por Joel García Cobos.
En este mundo hay
tristeza, soledad, dolor y enfermedad, no podemos ser felices o al menos
por un buen periodo, nos sentimos vacíos, frustrados, confusos. Vamos de un
lugar a otro buscando la anhelada felicidad, pero pareciera que cada vez está
más lejos, después de un recorrido largo y retorcido en que nos lastimarnos y
lastimamos a las personas cercanas,
seguimos igual o peor, nuestra desesperación se torna en amargura o
indiferencia.
En la Biblia encontramos claros
ejemplos de esta continua búsqueda. En una de sus famosas parábolas, (1) Jesucristo describe a un joven con ansias de
vivir, estaba cansado del hogar, de las faenas comunes, cansado de las reglas
de conducta y costumbres de su ciudad, quería salir al mundo, a los deleites y
placeres, conocer gente, lugares, otras formas de ser.
Entonces, tuvo una idea que le
pareció la solución: Habló con su padre y le solicitó su herencia. El Padre lo
amaba, era un hombre consecuente e hizo
lo que su hijo le indicó. El muchacho cumplió su sueño, se fue a un lugar
distante y rompió con su monótono pasado. La narración señala que malgastó su
dinero en todo lo que él quiso, y ya cuando se le acabaron los recursos y
seguramente “sus amistades”, se le complicó más la situación al padecer la
escasez de alimento de esa provincia. Esta crisis lo sorprendió ya sin nada,
tuvo hambre, pedía los desechos que comían los puercos y nadie se los daba,
entonces recapacitó y volvió todo arruinado al hogar, donde el Padre lo
restauró.
Esto pareciera ser un cuento con un
final feliz, un tonto, flojo, parásito, un bueno para nada, que no valoró lo
que tenía y por lo mismo, no hizo una buena elección en su proyecto de vida.
Pero esto tiene mucha actualidad,
cuántos millones de personas hay así, jóvenes pegados al Facebook
haciéndole al cuento que estudian, pero que en realidad utilizan el internet
solo como un medio para buscar sus fantasías, malgastando recursos y
condenándose a futuras penurias y
frustraciones.
Pero veamos ahora el reverso de la
moneda. Un personaje real que todos hemos escuchado alguna vez: Salomón, el
hombre más sabio de todos los tiempos. (2) Joven, importante, rico, con un
futuro brillante, como hijo de rey naturalmente ascendió al trono, aquí tuvo la
oportunidad de edificar formidables ciudades, suntuosos palacios; impulsó la
agricultura, la ganadería, la flota marina de su nación; tuvo cuanto quiso,
placer, riqueza, honra; escribió libros: Iban caravanas de otros países a
verlo, a escucharlo.
El ímpetu de su increíble vida lo
explica con pocas pero significativas palabras: “No le negué nada a mi vista; acumulé oro como si fueran simples
piedras.” Tuvo cientos de mujeres hermosas, lujos, excesos de todos, y también
con sus propias palabras explica el vacío que al final de su vida sentía: “Vanidad de vanidades todo es vanidad; La vida es como un vapor; ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su
trabajo con que se afana debajo del sol?”
El rey Salomón concluye en el libro
bíblico de Eclesiastés su alocución con dos recomendaciones: 1) Acuérdate de
Dios desde tu juventud, sírvele antes que llegues a los días malos. 2) Ten
respeto a Dios y obedécelo.
No sé con quién te identificas, si
con el hijo pródigo o con el rey Salomón, pero pobres o ricos, buscamos en esta
vida algo, un motivo de existencia,
Facebook está saturado de personas que buscan a lo lejos la atención que
no están dispuestos a dar a los que están junto a ellos. Es una búsqueda ciega
y sin sentido, no estamos dispuestos a analizarnos con sinceridad, y mucho
menos aplicar una frase tan sencilla
como monumental de Jesucristo que le
llaman la regla de oro: “Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así
también haced vosotros con ellos.”
Buscamos en todas partes, pero
pareciera que el bosque no nos permite ver lo que está ante nuestros ojos:
DIOS.
Referencias:
(1) Lucas 15:
11 al 32.
(2) Eclesiastés
12: 1 y 13.
(3) Lucas 6: 31
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