Por Elisa Cobos Enríquez.
Murió Chencho. Su viuda lo llora,
familiares y vecinos se han reunido para velarlo.
La viuda puso
una jícara sobre Chencho, pues era costumbre
del pueblo, que las personas que
fueran al velorio depositaran dinero, y así, cuando el difunto llegue al cielo,
se lo entregaría a San Pedro y lo dejaría entrar, de lo contrario, si no lleva
suficiente, lo echará con los demonios.
Pero pasaba el
tiempo y en la jícara estaban tan solo
unas moneditas, llegó la hija de ambos y la señora llorando le hizo saber
lo que pasaba, conmovida la joven, le
quitó la pulsera y los aretes a su niña y los depositó en el recipiente,
la señora sorprendida le expuso que eso no era dinero, a lo que la joven añadió
que sí, y que era de mucho valor, pues
era oro.
Minutos
después llegó Chinto, el hermano del finado, también a él le expresó la
preocupación que tenía, él enseguida sacó de la bolsa de su pantalón un fajo de
dólares, tenía poco de haber llegado de Estados
Unidos tras años de labor, y lo
depositó junto al ya existente, la viuda mirando los papeles verdes y
diferentes a los otros extrañada le
preguntó si San Pedro sabría que lo que era eso, él, orgulloso, le contestó que
claro que lo conocía, era dinero y del
bueno.
Así, poco a
poco fue llegando más gente del pueblo y todos le echaban a la jicarita,
de dos,
de tres billetitos. Entre los que también velaban estaban un par
de forasteros, no se perdían ni un detalle
de lo que pasaba, ya habían disfrutado de un rico cafecito con pan, luego saborearon un rico mole de guajolote con
arroz y bastante tortillas calientitas de maíz, hechas a mano, y para no
despreciar, dieron cuenta de los tamalitos de chipilín con atole, siendo siempre
los primeros en sentarse a la mesa.
Terminados los
rezos y antes de cerrar la caja, la viuda pulsó la jícara, con satisfacción
tomó los billetes y se guardó las monedas, los fue colocando alrededor del cuerpo de
Chencho mientras le decía en voz baja pero firme: __”Viejo, llevas suficiente
dinerito para que San Pedro te deje entrar”, taparon el féretro y lo llevaron
en hombros hasta el cercano cementerio.
Los vagabundos
también iban silenciosos mezclados en el cortejo, lo sepultaron a la usanza del pueblo, una sonora marimba dejó
escuchar a todo lo que da las notas confortantes del vals Dios Nunca Muere, la
viuda agradeció las atenciones e invitó
al novenario, fue hasta entonces que todos se fueron a sus casas a dormir.
Al otro día, muy tempranito el sepulturero fue
a avisarle a la viuda que la tumba estaba abierta, los vecinos se ofrecieron a
acompañarla, en efecto, al llegar al camposanto la tumba estaba abierta:
¡Habían robado a Chencho! La viuda sollozando exclamó: ¡Ay viejo! ¡No entrarás
al cielo!
Y del dueto, ya no se supo
nada.
Texto Publicado en:
Kaniwá #78 Suplemento cultural del periódico La Opinión, Poza Rica de Hgo;
Veracruz. México, del 30 de octubre de 2016.
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