Por Joel
García Cobos.
Tal vez pensarás que la siguiente
narración es un cuento, pero no, fue real, me lo contó un maestro rural que
llegó a Tonalá, Chiapas a hacerse cargo de la escuelita local.
La ancianita
vivía sola, en su casita de adobe y teja, rodeada de muebles y objetos
ancestrales que tenían la edad de sus cotidianos recuerdos, sus familiares
vivían cerca, pendientes a sus necesidades, pero independiente como fue
siempre, disfrutaba de su soledad.
En la estancia
se reconocían un ropero, una mesa, una silla, una mecedora, varias cajas
grandes de madera y una cama de latón, a
mitad de pared, una puerta abierta de madera, y muy cercano un techado que cubría un derruido fogón de carbón, donde
la viejita cocinaba su exigua comida.
Tenía por
compañeros de vida, un gato ciego, que de tan viejo, ya no salía de casa, pues
la última vez que salió por poco lo matan unos briosos perros. También vivía
con ella un desplumado loro, con los años había aprendido de su ama sus cariñosas
palabras y frases, alegrándole la existencia.
Hasta la casa
pintoresca de tan singular familia, llegaba un vendedor de carbón, no menos ancestral
que los 3 personajes mencionados, y que el jumento que jalaba su destartalada carreta; sus ruidos
peculiares repercutían por la adoquinada vía. El noble burriquito se detenía
tan solo en las viviendas que le dictaba
el mandato de la costumbre.
__ ¡Maalee!
Gritaba el carbonero mientras se apeaba ante la medio destruida o medio
construida barda que lindaba al frente. A ciencia cierta nadie sabía en el
pueblo el origen de ese conocido pregón que lo decía desde siempre, unos aseguraban
que derivaba de Malena, una novia de su juventud, otros opinaban que era una
forma de Madre, pues la mayoría de sus clientes
eran mujeres; otros no le pensaban tanto y decían que era solo una expresión,
un grito para llamar la atención.
Sea como
fuera: __ ¡Yuuujú! Era la respuesta cariñosa de la viejita que generalmente
salía a platicar unos instantes con su amigo, cuando no salía por alguna causa
le gritaba: __¡Échalo! Y él sacando energías, tiraba el ennegrecido y diminuto saco
lo suficientemente fuerte para que pasara por encima de la separación y cayera
dentro del corredor.
Una mañana que
la anciana salió por ahí, seguramente a visitar una vecina enferma, se escuchó
la carreta acercarse y el consabido: __ ¡Maalee!, contestado por: __ ¡Yuuujú!,
y segundos después: __¡Échalo!, el anciano tiró el bulto y lo vio caer con
satisfacción en el lugar de siempre. Horas después, cuando la anciana regresó, vio
el bulto y entró a su cuarto que apenas estaba cerrado con la puerta de madera medio
emparejada, quitándose el reboso de la cabeza y hombros comenzó a hablarles con
cariño a sus dos amigos: __ ¡Minino! ¡Perico! ¡Sin vergüenzas! ¿Dónde están?
Por respuesta,
en el silencio de la habitación escuchó un aleteo debajo de la cama, observó
que el gato se deslizó con rapidez debajo de ese mueble, y el perico le dijo:
__ “¿Tú también pediste carbón?”
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